jueves, 10 de octubre de 2013

De Maratón por el Río Ebro

El maratón de Zaragoza nace para promocionar la EXPO que se realizo en esta ciudad en el año 2008. Finalizado tan magno evento, la carrera estuvo a punto de ser abandonada como el resto de las infraestructuras que se habían creado, sólo se ha mantenido gracias al trabajo del Club de Atletismo Running.

Estamos hablando de un maratón familiar, la participación este año entorno a los 1100 corredores hace de esta prueba una carrera entre amigos. La Organización ha optado por invertir el poco dinero de que dispone en mejorar el servicio a los corredores, en lugar de aumentar los premios y atraer a los corredores de élite. Está política lo ha convertido en un maratón sin grandes marcas pero ideal para los corredores populares.

Un circuito de una sola vuelta hace que el recorrido sea algo dispar. En su primera parte se corre por dentro del Parque Grande, muy agradable pero con caminos estrechos. A continuación un tramo de transición hacia el centro histórico compartiendo trafico con los coches. Espectaculares kilómetros por el casco antiguo, Plaza del Pilar, Catedral de la Seo, Basílica del Pilar, calles de Alfonso y Coso, siempre con muchísima animación. Recorrido por ambas riberas del rio Ebro atravesando por casi todos los puentes que lo cruzan, zona de largas avenidas y algunos tramos de kilómetros basura. Para terminar en lo que fue el recinto de la EXPO, entorno modernista para un final bonito y animado.

El gran peligro de este maratón es la aparición del temido “Cierzo” aragonés. Los últimos kilómetros bordeando el río están desprotegidos y si entra el viento lo sufriremos, de hecho este año se ha adelantado a Septiembre para evitarlo, aunque esto significa que él que se anime tendrá que entrenar en verano con los calores.

http://www.zaragozamaraton.com/













Si os cuento que termine mi cuarto maratón, que lo hice en una marca dentro de los tiempos que me había propuesto, sólo cuatro minutos por debajo de mi mejor marca, que durante casi una tercera parte de la prueba corrí a buen ritmo por encima de mi mejor marca personal, que quede el 290 de los 900 que terminaron la carrera y 49 de mi categoría, todos pensareis que mi participación en el maratón de Zaragoza ha sido un éxito.

Pero si os reconozco que a partir del kilómetro 30 cargue con una pájara increíble, que aguante hasta el 36 corriendo pero que entonces tuve que pararme y andar durante unos cientos de metros para poder recuperarme y conseguir volver a arrancar y que al cruzar la meta no pude sonreír sino sólo aliviarme por poder parar de corre, no os quedara otro remedio que pensar que mi carrera en el maratón de Zaragoza fue un fiasco.

Cada uno que elija la versión que más le guste, yo estoy contento con mi carrera. Es cierto que no acabe tan orgulloso como en el maratón de San Sebastián, pero en este fui más valiente y capaz de cambiar los planes cuando me encontré vacio, capaz de buscar una alternativa, parar y recuperar para poder terminar el maratón dignamente y en un tiempo del que puedo estar orgulloso.

Personalmente me une una relación familiar con la ciudad de Zaragoza, mi abuela nació en esta ciudad y era una maña de pro. Se caso con mi abuelo en la Catedral de La Seo en plena Plaza del Pilar. A mi madre todavía le quedan familiares viviendo en esta ciudad, especialmente una de las famosas “Tías de Zaragoza” con las que sólo he coincidido en las bodas a las que nuestra madre siempre se empeñaba en invitar. Por este motivo consigo engañar una vez más a mi familia, a mi hermana y mis dos sobrinos y hasta a mi madre para que me acompañen.

Aprovecho para quedar con mi prima que por motivos laborales ha acabado viviendo en Zaragoza y casándose con un baturro. Tiene hijos de la edad de mi enana y coincidimos con ellos en la playa este verano. Por eso mi pequeña está encantada porque le he prometido que vamos a verlos. En cambio el mayor no hace más que refunfuñar, él se quería quedar en Madrid para salir con sus amigos y jugar a la Play.

Después de recoger el dorsal, sorprendentemente pequeño comparado con el tamaño normal de otras carreras, quedamos en la Plaza del Pilar y nos vamos de tapas por “El Tubo”, así es como llaman a un entramado de calles en el casco antiguo lleno de bares y mesones. Está animadísimo y disfrutamos tapeando, espectacular la tapa de champiñones a la plancha de “La Cueva de Aragón”.

Por la tarde, mi madre aprovecha para visitar a su tía mientras los demás nos vamos al Parque del Agua en las antiguas instalaciones de la EXPO, cerca de donde al día siguiente terminaré el maratón. La idea es que los niños estén tranquilos jugando mientras nosotros charlamos frente a unos cafés y unas copas y organizamos la logística del día siguiente. Cena en el apartamento, derrota de mi Madrid frente al Atlético en el Bernabéu después de 14 años y a intentar descansar para el maratón.


Cuando me despierto a la mañana siguiente para la carrera aun no ha amanecido, el maratón comienza a las 8:30 y conviene empezar a activar el cuerpo un par de horas antes. Es la primera vez que he conseguido descansar la noche anterior a un maratón, aunque por supuesto los nervios me han hecho despertarme un par de veces a media noche. Desayuno y ducha intentando no despertar a los demás inquilinos, sólo mi mujer abre el ojo desde la cama para desearme suerte.

Ya en la calle, aunque empieza a clarear, la temperatura aun es fresca. Pensaba ir andando hasta la salida pero me encuentro con una parada de taxis y decido que voy a ahorrar unos cuantos kilómetros a mis piernas. A bordo del taxi rumbo al Parque Grande, sólo me cruzo con algún corredor que va camino de la salida y los que vuelven de la juerga nocturna.

Llego al parque mucho antes de lo que había previsto, todavía no han puesto ni el arco de salida. Soy de los primeros, sólo hay gente de la Organización preparando la salida y algún corredor despistado como yo. Me siento en un banco mientras disfruto del amanecer, el día amanece nublado, pero a pesar de las previsiones que daban lluvias seguras, no parece que nos vayamos a mojar.

Poco a poco el parque se va llenando de corredores y a las 7:45 ya hay mucha animación. Decido que ya es hora de que me prepare, dejo mi mochila en el guardarropa, en está ocasión unos camiones del ejército de tierra, se la doy a un soldado y a estirar. Troto muy suave por el parque para ir calentando, pero me tengo que parar un par de veces con la sensación de tener alguna china en las zapatillas, es producto de los nervios pues no encuentro ninguna piedra.

El arco de salida ya está montando y hay gente colocándose tras él, ya se oye al speaker en todo el parque con sus indicaciones. Nos presenta a las liebres de la carrera, la Organización se vanagloria de que son todas mujeres, aunque no muy habladoras, pues cuando les pasan el micrófono para que nos animen, son demasiado escuetas en sus palabras.

Me coloco en la salida que está organizada por cajones, en función de nuestra marca personal tenemos dorsales de distintos colores. Mi tiempo en San Sebastián me permite disponer de un flamante dorsal azul, por encima de los vulgares dorsales negros, pero por detrás de los verdes y por supuesto de los rojos de la élite. No busco mi cajón, prefiero salir atrás además somos pocos corredores y la distancia es muy larga.

Dan la salida y en menos de un minuto ya estoy cruzando la línea sin grandes agobios. Voy viendo los globos de todas las liebres mientras avanzo en el pelotón de los populares. En los primeros metros ya adelanto al globo de las 4:00 y alcanzo al de las 3:45. Mi idea inicial era aguantar los primeros kilómetros tras esta liebre, pero me resulta muy incomodo correr por estos caminos tan estrechos en un grupo con tanta gente que se apelotona tras la liebre, decido mantener mi ritmo y adelantarlos.


Los primeros 14 kilómetros transcurren por dentro del Parque Grande, realizando dos vueltas a un circuito circular antes de abandonarlo para ir hacia el centro de la ciudad. Correr por dentro del parque por la zona arbolada siempre resulta muy agradable aunque el circuito no está cerrado y debemos compartirlo con los paseantes y las bicicletas. El recorrido de la maratón podemos considerarlo prácticamente llano, aunque en este primer tramo tenemos que superar algún repecho corto, pero las piernas van frescas y se sube sin dificultad.

Me sorprende las buenas sensaciones con las que he empezado a correr, en los últimos entrenamientos me había encontrado con dolores en los primeros kilómetros hasta entrar en calor, pero desde los primeros metros mis piernas están finas, seguramente la última semana de descanso o la adrenalina de la competición les ha sentado bien.

Sin darme cuenta he alcanzado a la liebre de las 3:30, ha perdido su globo unos kilómetros atrás y por eso no he visto que la tenía tan cerca. Es muy buena señal, me acoplo al grupo, este ritmo tendría que ser el adecuado. Pero en seguida compruebo que mi ritmo es algo más rápido, además el grupo es grande y como estoy acostumbrado a correr en solitario me resulta incomodo.


Aguanto unos kilómetros en el grupo, pero en una osada decisión decido mantener mi ritmo de carrera y adelantar a la liebre. Unos metros por delante veo un grupo más reducido de una docena de corredores y me acoplo a ellos. El grupo va liderado por los corredores del club “Trials Zaragoza”, a los que tengo que agradecer que tiraran de mí en estos primeros kilómetros. Dos corredores marcan el ritmo mientras un tercero controla los tiempos, avisándoles de que no se aceleren.

Es un grupo alegre, se va charlando y hasta contando algún chiste subidito de tono, se nota que vamos todavía frescos. Me voy olvidando del reloj y disfrutando de la carrera. Aunque es un grupo reducido me resulta complicado correr pegado a otros y debo ir pendiente de no molestar a nadie.

Abandonamos el parque y nos incorporamos a las calles rumbo al rio Ebro. No están cerradas totalmente al tráfico sino que han “vallado” con conos un carril para los corredores, resulta un poco incomodo pues nos vamos comiendo el humo de los coches que circulan a nuestro alrededor. Pero seguimos a buen ritmo, en algunos tramos cuesta abajo a demasiado ritmo, pero decido aguantar en el grupo, se supone que me será más cómodo que hacerlo en solitario.

Alcanzamos la media maratón en un sorprendente tiempo de 1:40. A mí me surgen las dudas de si podre aguantar este ritmo hasta la meta, pero a la vez me entra el gusanillo de poder bajar muchos minutos de las 3:30 al final de la maratón. Decido ser valiente y mantener el ritmo porque aunque voy por encima de los tiempos previstos las sensaciones son muy buenas.


Tomamos una carretera para acabar en el Paseo de Echegaray y Caballero, autores de la famosa zarzuela “Gigantes y Cabezudos” ambientada en Zaragoza. Transcurre paralelo al río y nos llevará hasta la Plaza del Pilar. En esta zona nos cruzamos con los primeros de la carrera que ya han abandonado el casco antiguo y corren en sentido contrario. Dentro del grupo se comenta que esta recta es de lo peor del recorrido, se hace muy larga y suele soplar el cierzo con fuerza, pero en esta ocasión parece que el viento no nos acompañara.

A mitad de esta larga avenida el grupo se disuelve, varios de los que marcaban el ritmo se han parado al servicio y los que quedamos estamos un poco descolocados. Aunque en seguida la avenida se acaba y llegamos al casco antiguo.

Es con diferencia la parte más bonita del recorrido. Hasta ahora hemos corrido prácticamente sin animación, pero en esta zona hay muchísima gente en los laterales. Rodeamos la Catedral de La Seo, cruzando por debajo del Arco del Dean, es una zona adoquinada, estrecha y sinuosa pero curiosa de correr. Empezamos a callejear y voy atento a encontrarme con mi grupo de apoyo, deberían estar cerca.

Por fin los veo apostados en la calle Alfonso y les hago gestos desde lejos, les cuesta reaccionar pero al final me ven y animan como locos. Es un instante pues les pierdo en seguida tras una esquina. El recorrido da una vuelta y cruza de nuevo por donde he pasado lo que me da una segunda oportunidad para verlos, en esta ocasión me paro a saludarlos, sobretodo a la enana que es a la que más ilusión le hace.

Allí está también mi madre animándome y gritándome que no me pare, como si tuviera alguna posibilidad de ganar la carrera. Me comentan entusiasmados que voy fenomenal, a lo que contesto que demasiado bien pues creo que lo voy a pagar más adelante. Arranco de nuevo a correr y conmigo mi hermana y mi ahijada, la primera desiste en seguida maldiciendo por no poder seguir mi ritmo ni cuando llevo más de medio maratón.

Entrada espectacular desde la calle Alfonso a la Plaza del Pilar, es uno de esos momentos mágicos de un maratón. Cruzo la plaza aun acompañado de mi sobrina a la que se han juntado mi hijo cargando en brazos con su hermana, estos dos dentro de poco se apuntan conmigo a las carreras y lo peor es que no podre seguirles. Me despido de ellos y cruzo el río por el Puente de Piedra, otro de los momentos para recordar del recorrido.


Ahora corro sólo, el grupo al que seguía ha aumentado su velocidad y he decidido no cambiar mi ritmo. A solas con mis pensamientos empiezo a darme cuenta de que ya no voy tan fino y los kilómetros empiezan a pesar. Mi cabeza me empieza a jugar una mala pasada, desaparecen los pensamientos positivos y en cambio cada vez se asienta más la idea de que me he equivocado con el ritmo y que no voy a ser capaz de aguantar.

Tampoco me acompaña en este tramo el recorrido, cuando cruzo sobre los puentes aparece aunque flojo el temido cierzo y el sol que hasta ahora estaba cubierto empieza a apretar. El camino de regreso por el paseo se me hace eterno y el tramo por la Ronda de la Hispanidad compartiendo carrera con los coches para cruzar a la otra ribera del río, acaba con mis pocos ánimos.

La puntilla llega al pasar el Km 30 y ver que nos desvían del cauce del Ebro con el único fin de hacer kilómetros en un bucle de ida y vuelta por un barrio sin ningún encanto. En ese momento descubro el famoso muro, el tío del mazo y creo que hasta el hombre del saco. Me siento sin fuerzas y es el momento en que empiezo a tirar de cabeza para seguir corriendo, intento olvidarme de lo que me queda y buscar pequeños objetivos que alcanzar.

Primer objetivo llegar al 32, entonces ya sólo me quedaría correr un 10.000, distancia que en otras condiciones me sería muy sencilla. Segundo objetivo llegar al 35, en donde esta el avituallamiento, a lo mejor el beber algo me devuelve las fuerzas que he perdido. Tercer objetivo llegar al 36, frente al Puente de Santiago donde se supone que deben estar mi equipo para animarme.


Algo más lento pero sin dejar de correr llego a la altura del puente, pero no veo a mi familia. Seguramente no les ha dado tiempo a llegar y casi lo agradezco, creo que prefiero pasar el mal momento solo y ahorrarme explicaciones. Desde hace un par de kilómetros he asumido que así no seré capaz de llegar a la meta, debo cambiar algo y lo único que se me ocurre es caminar un poco para intentar recuperar las fuerzas. Me rindo y pasado el puente paro y comienzo a andar.

Los recuerdos de este tramo del maratón se mezclan supongo que por efecto del cansancio. Recuerdo haber comenzado a caminar y comprobar con horror que no se me aliviaba el agotamiento. Recuerdo pasar por la noria de la ribera del río y ver a la gente en la cola esperando para subir pero no sé si iba andando o corriendo. Recuerdo darme cuenta de que todavía me queda uno de los dos geles con los que cargaba en el bolsillo del pantalón y tirar de él para recuperar fuerzas. Pero no tengo claro cuantos cientos de metros estuve andando, si me adelanto mucha gente, ni el tiempo transcurrido.

Pero sorprendentemente recuerdo cuando volví a correr, pocos metros antes de pasar la marca del km 37. A un trote muy lento pero ya corriendo cruzo el Puente de Almozara, primero por encima y luego por debajo para tomar el jardín pegado al río y volver a cruzarlo por la Pasarela del Voluntariado.


En este tramo ya he recuperado el ánimo y vuelvo a estar convencido de que voy a acabar. Hasta voy pasando a otros corredores que sufren más que yo, pero por detrás oigo los aplausos que significan que se me acerca el grupo de la liebre de las 3:30. Me adelanta pocos metros después de cruzar la pasarela, pero de aquel grupo numeroso que dejé en los primeros kilómetros sólo aguantan 6 o 7 corredores.

Ya solo queda el final, hay que aguantar y apretar los dientes, pero no resulta fácil. Delante mío a un corredor le da un tiro en una pierna y aunque le echan réflex, que todo lo cura, no puede ni mantenerse en pie. Otros muchos van andando, uno de ellos empujado por los ánimos de la gente arranca arrastrando los pies, cuando paso a su altura le animo pero ni siquiera es capaz de mirarme. Casi en el km 41 me cruzo con un corredor en el suelo con calambres en las piernas, su compañero intenta ayudarle mientras un policía avisa a la ambulancia. En este último tramo hay mucha gente que anima, grita tu nombre y aunque no tengo fuerzas para agradecérselo me da ánimos para aguantar.


Por fin dejo las calles y entro en la zona de la EXPO, corro entre los edificios modernistas. Este tramo es un poco caótico, no hay calzada ni acera de referencia y tampoco está señalizado, corremos por inercia siguiendo al que llevamos delante y que suponemos que sabrá dónde está la meta. Pasamos por delante de una terraza donde hay mucha gente disfrutando del sol y que nos anima.

Aunque estoy en el último kilómetro, tengo que andar durante unos metros para intentar relajar las piernas que tengo duras como piedras. Me cruzo con una pareja que me anima “No te pares ahora, que te queda muy poco” y reacciono volviendo a correr. Me animo diciéndome que tienen razón, que para lo que queda hay que terminar corriendo.

Ya veo el arco de meta, recompongo la figura para cruzar lo más digno posible entre la gente que anima a los lados, no veo a los míos, es mi sino tendré que correr otro maratón para que por fin me vean cruzar la meta. Al pasar la línea de meta pienso en levantar los brazos como los campeones, pero sólo quiero cruzarla para poder parar de correr. Un voluntario me ofrece la medalla pero le hago esperar unos segundos mientras me recupero y por fin ya la tengo al cuello.


He acabado agotado, las piernas me duelen horrores y aunque estiro no consigo que reaccionen. Las sensaciones son muy extrañas, hasta en un momento dado casi me pongo a llorar como un niño, no sé si por efecto de la tensión, el agotamiento o la alegría, aunque seguramente por una mezcla de todas ellas.

Poco a poco me voy recuperando, me hago con mi mochila y llamo a mi hijo. Todavía no han podido llegar a la meta, viene andando con su madre mientras mi hermana intenta aparcar el coche. Tras unos minutos de caos conseguimos reunirnos todos, me felicitan y me dan un montón de explicaciones de porque no estaban en el punto de encuentro ni han llegado a verme a la meta.

Después de un masaje en mis maltrechas piernas a cargo de una fisioterapeuta con unas manos “divinas” y una ducha reconfortante con el agua muy caliente me siento otra persona, hasta puedo andar y sonreír. Finalizo el fin de semana con una visita a la Pilarica para agradecerle haber acabado el maratón y prometiéndole que volveré.   

Nada más terminara la carrera dudaba si me había merecido la medalla de Zaragoza, pero pasados unos días lo tengo claro, me he ganado hasta el último gramo que pesa, es más me parece poca recompensa para el esfuerzo que realice para cruzar la meta.

Es cierto que debo entonar el mea culpa, no puede ser que volviera a cometer los errores de mi primera participación en esta distancia, y olvidar la regla básica de ir de menos a más, pero las circunstancias de la carrera y mis buenas sensaciones me engañaron. Olvide el reloj y los ritmos y cuando quise darme cuenta ya no tenía remedio. Tras cuatro maratones está claro que tengo mucho que aprender para dominar la distancia.

Pero los mejor de todo es que estoy rabioso por la equivocación y deseando enfrentarme de nuevo al maratón para corregir errores y recuperar sensaciones. Debo de estar ya muy mal de la cabeza cuando después del sufrimiento de los últimos kilómetros en lugar de desistir de mi insensata aventura estoy pensando y deseando volver a ponerme en la salida de mi siguiente maratón.

¡¡¡ Objetivo Sevilla y acabar sonriendo !!!

P.D. El mismo día en el maratón de Berlín un ser “humano“ llamado Wilson Kipsang ha establecido un nuevo record del mundo de la distancia en 2:03:23. Ahí es nada igualito que yo.