lunes, 24 de agosto de 2015

De Maratón por la Puerta del Sol

El Maratón de Madrid es el más veterano de nuestro país, este año hace su 38 edición. Hasta hace unos cuantos años era conocido como MAPOMA, ahora se ha rebautizado como ROCK & ROLL y pertenece al circuito de maratones internacionales.

En los últimos años las carreras tradicionales organizadas por clubs de atletismo han pasado a ser gestionadas por empresas. Lo que ha garantizado su continuidad pero en muchos casos sin mantener el nivel de la organización, ni la atención al corredor y por supuesto perdiendo la cercanía a la ciudad. Estas son las grandes quejas que se le hacen al maratón madrileño desde hace unos años, esto le ha hecho perder posiciones con respecto a otros maratones nacionales en la preferencia de los corredores.

Pero aun con todos los inconvenientes y quejas que seguramente son ciertas, es un maratón con mayúsculas. El recorrido transcurre por las principales vías de la ciudad, incluyendo el centro de Madrid, el paso por la Gran Vía, la Puerta del Sol o el Palacio Real son momentos mágicos. En los últimos años se han reducido los kilómetros por la Casa de Campo tan denostados por los corredores por la falta de animación pero que a mí personalmente me encantan.

Pero sobretodo es un circuito exigente, lejos de los recorridos de moda muy planos, por lo que si el objetivo es hacer marca mejor elegir otra ciudad para intentarlo. Los primeros kilómetros por la Castellana son duros pero sobre todo el final en continua subida desde el kilómetro 33 hasta prácticamente el final acabara con nuestras fuerzas si nos equivocamos en el ritmo. El último año se ha eliminado el final rompepiernas por la Calle de Alfonso XII y Alcalá con el fin de suavizar el recorrido, en mi opinión es un error, el que viene a Madrid va buscando la épica de los recorridos exigentes y ese final era el lazo a un maratón duro pero precioso.

La meta en el Parque del Retiro quizás no tenga la espectacularidad ni la comodidad para público y corredores de otros finales, pero la gran carrera madrileña no puede tener otro final. El Retiro es el lugar emblemático de los corredores madrileños, lugar de entrenamiento y final y comienzo de muchas de las carreras que se realizan en la capital.

No puedo negar que es el maratón de mi ciudad y le tengo un cariño especial. Reconozco que no es el mejor organizado ni con los mejores servicios, admito que  aunque con mucho público y animación tampoco destaca por ello y por supuesto no es el circuito más rápido, pero cualquier corredor debe venir a correrlo para comprender porque a algunos una vez que lo hemos probado sólo podemos repetir.

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Me paso el sábado mirando el cielo y viendo cómo se va nublando poco a poco, amenazando con descargar mucha agua. Mañana es el día del maratón y han dado previsión de lluvia durante la mañana, si ya es difícil terminar un maratón, hacerlo bajo la lluvia puede ser aún más complicado. Por supuesto eso no va a impedir que me ponga en la línea de salida, pero a nadie le apetece pasarse 4 horas corriendo bajo la lluvia. Los más radicales seguro que piensan que hará de la carrera algo épico para contar y recordar, pero a los simples mortales sólo nos parece un obstáculo más en los 42 km que tenemos que recorrer.

Amanece y aunque muy nublado parece que no llueve por ahora. Me voy hasta la salida y aparco el coche lejos del Retiro para poder salir después de que termine el maratón. Surgen las primeras dudas, que indumentaria me pongo, la previsión de lluvia ha cambiado mis planes. Descarto correr con chubasquero, en algún entrenamiento lo he hecho pero sudo demasiado y acabo más mojado por dentro que por fuera. Mi opinión con la lluvia es que cuanto menos ropa mejor, total te vas a mojar igual, por lo que tengo claro la camiseta de manga corta y el pantalón suelto y corto y por supuesto mi gorra talismán. Pero en previsión de que la humedad me pueda dejar frío, me pongo una camiseta interior de tirantes y unos manguitos que pueda quitarme a mitad de carrera.

Con las primeras dudas resueltas, me encamino a la salida y toca resolver las segundas dudas de la carrera, en que cajón debo ponerme. Está claro que mis entrenamientos no dan para intentar bajar de las 3 horas y media y que mi intención es ir tranquilo y no intentar marca. Pero después de tanto esfuerzo no quiero dejarme llevar y acabar por encima de las 4 horas. Pues como siempre ni para ti ni para mí, me pongo en el cajón de las 3 horas y 45 minutos.

Ya dentro del cajón empiezan los nervios previos a la salida, es ya mi sexto maratón y además por primera vez repito recorrido, es el de mi ciudad y muchos de los kilómetros los he recorrido en infinidad de carreras. Pero nada de esto impide que me ataquen las terceras y más importantes dudas. Seré capaz de terminar, sufriré mucho, chocare con el muro, pero estas dudas no puedo resolverlas hasta que cruce la línea de meta.

Arranca la carrera y poco a poco vamos avanzando hasta que por fin comenzamos a trotar y cruzar el arco de salida a la altura de la Plaza de Cibeles, ya no hay dudas ni nada que pensar sólo concentrarse en poner un pie detrás de otro e intentar no equivocarse en el ritmo para disfrutar de la carrera.

En los primeros metros además de evitar la marea de corredores, tenemos que tener cuidado con no tropezar con los restos que los corredores que nos han precedido han arrojado al suelo. A los habituales plásticos y bolsas de basura se unen hoy chubasqueros, camisetas y hasta un par de chanclas que un corredor que corre descalzo ha abandonado antes de cruzar la salida.


Los primeros kilómetros transcurren por la Castellana y son ya clásicos, pero nunca hay que olvidar que son en suave subida y se hacen duros. Me valen para ir entrando en carrera y comenzar a disfrutar de la cantidad de gente que anima, del ambientazo de corredores y sobretodo de mis fuerzas y ánimos aun intactos. A la altura del Estadio Bernabeu empieza a caer algo de lluvia y casi lo agradezco, son unas gotas que no me calan pero me mantiene fresco.

Nos vamos alejando de la ciudad con el objetivo de llegar a Las Cuatro Torres que siempre tenemos como referencia al fondo, antes de llegar a su altura damos la vuelta para volver hacia el centro de la ciudad. La subida se convierte en bajada por Bravo Murillo, mantengo un ritmo controlado aunque todo anima a correr rápido. Me acuerdo de la carrera del agua que transcurre por el mismo trazado y en donde bajaba desaforado en busca de mi mejor marca.

Ya llegamos a los primeros 10 kilómetros y han pasado sin enterarme. En el avituallamiento cojo una bebida isotónica, de la que bebo un poco pero guardo el resto para dársela a mi enana que tiene que estar en Cuatro Caminos esperándome para animarme. En el paso por la plaza se forma un pasillo de gente que anima pero no veo a mi familia, por fin los localizo en segunda fila. Tengo que abrirme paso entre el público para saludarlos, como siempre mi hijo mayor peleándose con su madre, en esta ocasión ni siquiera sabe porque. Al menos mi enana me da ánimos y un beso, a cambio le doy la botella de isotónico como premio y se queda encantada. Arranco de nuevo hacia la Castellana, en esta bajada debería estar mi madre pero no la veo en ninguno de los dos lados de la calle. Ella me asegura que bajo a animarme, supongo que lo haría una vez que yo ya había pasado, no quiero dudar de su palabra.

Intento retomar el ritmo de carrera que he perdido, pero todavía me cuesta unos kilómetros volver a concentrarme en la carrera. Y llegamos al km 14 donde nos separamos de los corredores de la Media. El año pasado yo animaba a los que seguían mientras me dirigía al Retiro, en esta ocasión soy yo el que recibe los ánimos. Resulta emocionante estar en el grupo de los maratonianos.

Los siguientes kilómetros son por el mismo recorrido que la Media de Madrid, los conozco bien y sé que son duros por eso me lo tomo con calma hasta girar por la calle Abascal para tomar Bravo Murillo y bajar lo que hemos subido. Varios kilómetros de bajada hacen el camino más llevadero ya directo al centro de Madrid y la zona más emblemática de todo el recorrido.

No puedo negar que me emociono con la cantidad de gente que nos anima en la entrada a la calle Preciados y sobre todo al cruzar por la Puerta del Sol, forman un pasillo por donde pasamos los corredores. Recorrer la calle Mayor y cruzar por delante del Palacio Real es otro lujo del que disfruto mientras corro.

Pero lo bueno se acaba y volvemos a la soledad del corredor popular, nada nos distrae y muy poca gente nos sigue animando. Solo algunos familiares y amigos de otros corredores a los que robamos los ánimos para hacerlos propios. En algunos tramos casi parece que molestamos y la gente cruza la calle sin ningún cuidado quejándose de que le hayan cortado la calle un domingo por la mañana.

Paso el medio maratón unos cuantos minutos por debajo de las 2 horas, bien de tiempo y fuerzas. Tomamos la bajada por el parque del Oeste, zona habitual de muchos de mis entrenamientos, cuando empieza a llover más fuerte y la poca animación que teníamos desaparece, sólo una banda de música ameniza un poco nuestra carrera. Este tramo hasta Príncipe Pio se me hace eterno, no es buena señal pues me quedan muchos kilómetros.

En la entrada a la Casa de Campo empieza a diluviar, y no da la impresión de que vaya a parar en el resto de la carrera. Este tramo es muy odiado por la mayoría de los corredores pero a mí personalmente me encanta y recupero parte de los ánimos que había perdido. Hasta disfruto de la cuesta final que nos saca fuera de la Casa de Campo donde la gente se queda clavado y yo subo animado por la cantidad de gente que se reúne en este punto de la carrera.

Bajamos hacia el río Manzanares y hacemos un par de kilómetros por una de sus riveras para cruzarlo por el Puente de San Isidro y volver en sentido contrario por la rivera opuesta. En la calle ya se han formado grandes charcos, en ocasiones es inútil intentar rodearlos y los cruzo chapoteando. Tampoco importa mucho a estas alturas ya estoy empapado de pies a cabeza, debo llevar un par de kilos más de peso, el pantalón empapado se me cae y tengo que apretarme el cordón de la cintura.

Llegamos a la altura del Parque del Moro, es el kilómetro 34 que marca el peligro de chocar con el muro, además de aquí al final es una subida suave pero continúa. Me encuentro muy fuerte, en los últimos kilómetros he ido subiendo el ritmo de carrera y mis ánimos están intactos que no mis fuerzas. Los siguientes cuatro kilómetros hasta la Plaza de Atocha los corro en un especie de trance que los expertos llaman flow (1). Empapado completamente mis piernas marcan sin problemas un ritmo alegre, mientras que mi cuerpo no sufre y mi cabeza disfruta de las buenas sensaciones. Todo reforzado al ir adelantando a muchos corredores a los que les fallan las fuerzas, está claro que en ocasiones no existe el muro.

(1)   El flow es un estado psicológico definido como: "Un estado de conciencia en el que uno llega a estar totalmente absorbido por lo que está haciendo, hasta alcanzar la exclusión de todo pensamiento o emoción. Es una experiencia armoniosa donde mente y cuerpo trabajan juntos sin esfuerzo, dejándole a la persona la sensación de que algo especial ha ocurrido”. Cuando el corredor experimenta este estado se encuentra completamente absorbida por una actividad durante la cual pierde la noción del tiempo y experimenta una enorme satisfacción. Pero el flow no es una sensación exclusiva de los corredores de maratón. Otros muchos atletas, al igual que los artistas y los científicos, también la viven.

En este estado de euforia llego de nuevo a la Plaza de Cibeles, 38 kilómetros y 3 horas y 25 minutos después de haber salido, tanto correr para volver al mismo sitio. Esta parte final del recorrido la han cambiado con respecto a la edición que corrí hace dos años. Mi euforia baja un poco y empiezo a sentir las piernas muy cargadas, es el momento en que tiro de cabeza. Bajo un poco el ritmo sobre todo cuando giramos para tomar la calle Goya y empieza la última subida de dos kilómetros. Aprieto los dientes y no aflojo, queda muy poco para acabar este épico maratón bajo la lluvia y quiero acabarlo agotado y corriendo como un loco.

Por fin dejo de subir y comienzo la bajada que me llevara hasta la puerta del Retiro, ya no tiene sentido guardar fuerzas, es el momento de correr con el corazón y dar todo lo que me queda. Sorpresa el último kilómetro es el único de todo el maratón del que bajo de los 5 minutos, una vez más se demuestra que la cabeza manda sobre el cuerpo.


En los últimos metros dentro del Retiro bajo el ritmo, no quiero que acabe la carrera ahora que sé que una vez más lo he logrado, es el broche a mucho entrenamiento y a una carrera en la que he disfrutado muchísimo. Bajo una lluvia torrencial y completamente empapado cruzo el arco de llegada sintiendo una vez más que he conseguido algo especial.

Es el momento de parar de correr y notar todo el cansancio acumulado, tengo que parar unos segundos antes de poder empezar a andar hasta donde me entregan el medallón y mucho líquido, no me he dado cuenta pero he bebido muy poco en los últimos kilómetros y ahora noto que estoy seco. Me envuelvo en un plástico que me da un voluntario en un vano intento de protegerme de la lluvia que ahora cae de forma torrencial.


Entre la masa de gente y los charcos me dirijo hacia el coche, cuando me encuentro con mi hermana. Estaba en la meta pero no me ha visto cruzarla y yo tampoco la he visto a ella, es una lástima tendrá que esperar a que vuelva a correr otro maratón. Nos dirigimos a su coche que está más cerca, pero nos perdemos un par de veces antes de encontrar la salida del parque. Yo ya estoy congelado y empiezo a temblar, ahora me doy cuenta de que tengo toda la ropa como si me hubiera bañado con ella puesta, incluidos los manguitos que al final no me he quitado en toda la carrera.

Por fin llegamos al coche y me puedo quitar al menos la camiseta, me pongo una sudadera de mi hermana que aunque me esta pequeña esta seca y eso es suficiente. Cuando me siento en el coche me da algún calambre pero me da igual estoy de subidón y creo que me durara varias horas y hasta varios días.

Después de tener que dar un par de vueltas de más, porque las calles están cortadas consigo que me deje en mi coche, por fin puedo quitarme el resto de la ropa empapada y ponerme seco. Aunque en previsión había dejado el coche lejos del recorrido, salir de la calle donde he aparcado me cuesta una bronca con un municipal que dirige el tráfico y que deja pasar a un coche en dirección prohibida por la calle por la que pretendo salir. Al final me disculpo con él, tenía razón y yo he perdido un poco los papeles debe ser el cansancio.

Por fin en casa, mi familia me felicita y se preocupan por mí pero me da la impresión que un poco menos en cada nuevo maratón que termino. Creo que se están acostumbrando a mis locuras y lo toman como algo habitual. Pero a mi cada año me cuesta un poco más, sobre todo los entrenamientos, por eso yo valoro siempre el último maratón como el mejor que he corrido.

Aunque parezca una osadía, solo puedo comentar que he disfrutado de los 42 kilómetros bajo la lluvia. Creo que mi cambio de actitud al ponerme en la salida buscando sólo disfrutar del recorrido y finalizar sin sufrir en exceso, olvidándome de marcas y tiempos es una buena decisión cuando está claro que no estoy dispuesto a sacrificarme en los entrenamientos.



Para el recuerdo queda un maratón épico bajo la lluvia, cuando sea viejo contare aquella edición del 2015 en donde además de correr, chapoteamos en el agua que se acumulaba en las calles. Donde los más valientes nos enfrentamos a las condiciones adversa y llegamos a cruzar la línea de meta. En plan héroe espartano al grito de “AU, AU, AU”, y es que como mola esto del maratón.