martes, 19 de noviembre de 2013

Corriendo con el enemigo

La Carrera de las Aficiones es una de las muchas carreras “inventadas”, que en los últimos años han proliferado en la capital. Al menos la Organización ha sido original y aprovechando la rivalidad futbolística entre los aficionados colchoneros y los merengones, nos propone competir apoyando a nuestro equipo para demostrar quién manda en la capital. De este modo por un día podemos sentirnos ganadores si acertamos con el equipo correcto, aunque lleguemos en el grupo de los populares lejos de las primeras posiciones.

Como no podía ser de otro modo la carrera une el Estadio Santiago Bernabéu, feudo madridista y el Estadio Vicente Calderón hogar de los atléticos. Con buen criterio se ha decidido hacer la carrera cuesta abajo, para adaptarla al gran numero de futboleros que se apuntan. Excepto los primeros 100 m de salida en subida por la Castellana, el tramo a mitad de recorrido por la Carrera de San Jerónimo y algún repecho corto en los últimos kilómetros, el trazado es muy favorable.

El recorrido merece la pena, corremos toda la Castellana, pasando por la Plaza de Colón y por supuesto por las plazas de Cibeles y Neptuno lugar de celebración de los triunfos futbolísticos de ambas aficiones. Pasamos también por la puerta del Congreso de los Diputados y atravesamos la Puerta del Sol, para tomar la Calle Mayor y cruzar por encima del Viaducto de Segovia. Dejamos a un lado la Puerta de Toledo para bajar directos hacia el Manzanares y el final de la carrera. Como podéis comprobar es un pequeño “tour” turístico por toda la capital.


















Confieso que soy madridista. Soy madridista por tradición familiar y por convencimiento personal.

En mi familia sólo se podía ser madridista, mi abuelo era socio y sobretodo un gran aficionado al fútbol y a su Madrid. Inculco a sus hijos su pasión por el club blanco y también a sus nietos mayores a los que hizo socios y a los que llevaba al estadio cada domingo. Estamos hablando de la época en donde todavía el fútbol era exclusivo de los hombres, se iba al estadio con chaqueta y corbata, parte del público veía el partido de pie y por supuesto no había calefacción.

Los nietos más pequeños ya no disfrutamos de estos domingos futboleros, pues cuando tuvimos edad para que nuestras madres nos permitieran ir al estadio, al abuelo ya no le acompañaron las fuerzas para llevarnos. Pero aun así siguió inculcándonos su pasión madridista que todavía se mantiene. Así sus hijos se siguen juntando para ver en la televisión los partidos del Real Madrid, el WathsApp familiar arde cuando el Madrid golea y los nietos mantenemos el recuerdo del abuelo haciendo madridistas a nuestros hijos.

Pero también soy madridistas por convicción. Mis primeros recuerdos futboleros empiezan con aquel equipo en donde Santillana saltaba más que nadie, Gordillo corría la banda con las medias bajadas y Juanito salía de los estadios pegando saltos cuando no algún que otro gesto más provocativo. Luego vino la  Quinta del Buitre, en esa época todavía el número de extranjeros estaba limitado y el Madrid se nutría de la cantera para dominar el futbol nacional. Es la época también de Hugo Sánchez, capaz de meter los goles a un solo toque y con aquella celebración tan particular.

Pero cuando de verdad me convencí de que era madridista fue con la conquista de “La Séptima”, después de tantos años aquel gol de Mijatovic marco a toda una generación de madridistas. Luego vino aquel equipo de fantasía y dos champions, con Figo, Beckam, Ronaldo, Hierro, Guti pero sobretodo con el lujo de Zidane y el saber jugar al futbol de Raul. Es cierto que los últimos años nos han dado menos alegrías, pero tener a un jugador tan diferente como Cristiano me hace seguir siendo madridista.

En resumen soy madridista porque siendo de la capital y gustándome ganar siempre no existe otra opción. Para sufrir ya está el llegar a final de mes, las catástrofes mundiales y los pequeños disgustos del día a día, el futbol es para disfrutar. 

Nadie creo que pueda dudar de mis colores pero debo confesar que a partir del domingo pasado existe una mancha en mi camiseta blanca. En la Carrera de las Aficiones que enfrenta a Madridistas y Atléticos, corrí defendiendo los colores rojiblancos. El culpable fue un compañero de trabajo cule, y es que este tipo de amistades no pueden traer nada bueno, que me tentó con un dorsal que le sobraba.

Mi espíritu de corredor pudo sobre mis reticencias madridistas y me puse en la salida de la carrera en el cajón de los Atléticos. Lo peor es que arrastre a mi hijo y a mi cuñado, por supuesto ambos madridista, a que me acompañaran engordando de ese modo las filas enemigas. Sólo en mi descargo puedo decir que no debimos esforzarnos demasiados por que la gran afición madridista gano la carrera.

Llegamos a los alrededores del Bernabéu media hora antes del comienzo de la carrera, pensando que aunque hemos apurado, y es que cuesta madrugar el domingo, tendremos tiempo suficiente para dejar la ropa y calentar antes de la salida. Pero cuál es nuestra sorpresa al acercarnos a las furgonetas que deben llevar las mochilas a la meta y descubrir que en lugar de un guardarropa parece más un mercadillo. Muy pocas furgonetas para tanto corredor, y además poca gente de la organización para marcarlas y recogerlas. La gente se agolpa y la recogida es eterna. Conclusión un desastre y al cabo de un cuarto de hora de ir de una a otra furgoneta y por último a un camión que era nuestra última oportunidad, nos vemos obligados a correr con las mochilas a la espalda. 

Ya no nos da tiempo a calentar y nos vamos directamente a la salida, imposible meternos en los cajones de salida que están a rebosar. Mientras nos dirigimos al final de la fila ya dan la salida, pero no hay prisa nos colocamos los últimos y todavía nos da tiempo a hacernos una foto de los cuatro antes de que podamos empezar a correr. Cruzamos la línea de salida casi 6 minutos después de que haya comenzado la prueba, creo que es mi record, ni en la Media de Madrid he tardado tanto en ponerme a correr.



Tomamos la Castellana y nos olvidamos de todos los problemas, por fin podemos disfrutar de la carrera. El primer kilómetro lo hacemos muy lento, entre tanta gente es difícil correr y además las piernas no han entrado todavía en calor. Pero una vez que giramos para tomar el carril centrar y aprovechando la ligera pero continua bajada de más de 3 km vamos cogiendo velocidad.

Mi enano va marcando el ritmo, y es que tiene las hormonas disparadas con la adolescencia, mientras yo le vigilo para que no se acelere y controlo que el resto del equipo no se quede atrás. Antes de llegar a la Plaza de Colon me doy cuenta de que a mi compi le cuesta seguir el ritmo, me retraso para esperarle. Va cargado con la mochila y le está empezando a pasar factura, además como es friolero ha comenzado demasiado abrigado. Al principio se resiste por orgullo pero le convenzo para que me deje llevarle la mochila y que se quite el cortaviento. Da la impresión de que ha soltado lastre y hasta le cambia la cara, recuperamos los metros perdidos y nos juntamos a los dos que van delante.

Nunca había corrido una carrera con mochila, pero hacer de mochilero con dos una a la espalda y otra en el pecho es para nota. No puedo bracear porque necesito ir sujetando la mochila delantera con las manos para que no me golpee, pero me sorprende que mantengo el ritmo sin mayores dificultades, debo estar mejor de lo que esperaba. Lo tomo como un buen entrenamiento por si alguna vez me animo a correr el Maratón de los Sables, en donde hay que cargar con todo el equipaje.

Nos cruzamos con algún corredor con la casaca del Rayo Vallecano, equipo madrileño de primera y gran olvidado de esta competición, pero ellos siempre pueden fardar de que la San Silvestre Vallecana, la carrera más multitudinaria de toda España, termina en su estadio. También hay otras aficiones camufladas como un grupo del Athletic de Bilbao, pero ni un solo barcelonista, como para atreverse con tanto forofo.

Cruzamos la Plaza de Cibeles y la de Neptuno, donde al ritmo de los respectivos himnos las aficiones se vienen arriba, eso sí siempre desde el buen rollo muy lejos de los radicalismo futboleros que se producen en los estadios. También hay que reconocer que mientras se corre las fuerzas no sobran como para ponerse a discutir cual es el primer equipo de la capital, sobre cuantas Copas de Europa tiene el Madrid y cuantas el Atlético o que paso el año pasado cuando los atléticos tomaron el feudo blanco ganando la copa del rey. Todo eso queda para después de la carrera frente a unas cañas y un buen aperitivo.

Tomamos la cuesta de la Carrera de San Jerónimo, la gente ya no va tan fresca y el ritmo baja. Aunque mi cuñado quiere seguir a mi hijo para que yo corra con mi compi, sus lesiones le pasan factura y no puede seguir al adolescente, y es que los kilómetros parece que no le están afectando. No quiero que se vaya solo y abandono al resto para ponerme a su altura mientras subimos a buen ritmo. Cruzamos por la Puerta del Sol donde ya está medio montado el árbol navideño y tomamos la calle Mayor, decido darle cancha libre para que corra a su ritmo y me quedo a esperar a los otros dos, mi intención es hacer de liebre para que mi compi baje de los 50 minutos.

Cuando me he retrasado unos metros me doy cuenta de que no se cómo voy a encontrar al enano en la meta. Esprinto para cogerle, al grito de “Rubio espérame”, cargado con las dos mochilas y a toda velocidad esquivando a los otros corredores, la gente me toma por un sobrado. Por fin le cojo y le doy mi móvil para poder localizarle, él tiene el suyo propio mucho mejor que el mío pero siempre que hace falta está en casa sin batería.

Me echo a un lado para no molestar al resto de corredores mientras espero a los retrasados. El primero en alcanzarme es mi compi, a mi cuñado no lo localizo, me pongo a su altura y juntos vamos haciendo los últimos kilómetros a buen ritmo. Pasamos la marca de los 9 km en algo más de 45 minutos, sería una pena que por pocos segundos no consiguiera su objetivo. Le convenzo para que aprovechando la bajada hacia el Calderón subamos un poco el ritmo. Pero el último tramo tiene una cuesta corta pero estrecha, la gente se va parando y es que algunos llegan con las fuerzas justas. Mi compi aguanta a duras penas mi ritmo, pero aprieta los dientes y me sigue. Giramos y ya vemos el arco de llegada sólo quedan unos metros de bajada, en ese momento le veo como se pone a esprintar y me adelanta antes de cruzar la meta.

Objetivo cumplido 49:48. Pocos metros detrás de nosotros entra mi cuñado también por debajo de los 50 minutos. El enano nos está esperando en la llegada, ha entrado unos 30 segundos antes que nosotros, al final los últimos kilómetros se le han hecho largos.

Carrera divertida y relajada con un bonito recorrido, pero desde mi punto de vista demasiada cara para lo que se da a cambio. Una camiseta del montón y mal tallada, un ropero caótico, el avituallamiento escaso, cuando nosotros pasamos ya había mesas sin botellas y una bolsa del corredor en donde lo mejor era la edición del día del Marca. El precio no se puede justificar con que nos pongan el himno de nuestro equipo en la salida y cuando pasemos por la plaza de Cibeles y Neptuno.

Aunque debo reconocer que nosotros nos apuntamos a la oferta 2 x 1, pagamos dos dorsales y corrimos cuatro, así al menos nos salió la mañana algo más económica.