La Carrera
de las Aficiones es una de las muchas carreras “inventadas”, que en los últimos
años han proliferado en la capital. Al menos la Organización ha sido original y
aprovechando la rivalidad futbolística entre los aficionados colchoneros y los
merengones, nos propone competir apoyando a nuestro equipo para demostrar quién
manda en la capital. De este modo por un día podemos sentirnos ganadores si acertamos con
el equipo correcto, aunque lleguemos en el grupo de los populares lejos de las
primeras posiciones.
Como no podía
ser de otro modo la carrera une el Estadio Santiago Bernabéu, feudo madridista
y el Estadio Vicente Calderón hogar de los atléticos. Con buen criterio se ha
decidido hacer la carrera cuesta abajo, para adaptarla al gran numero de futboleros
que se apuntan. Excepto los primeros 100 m de salida en subida por la
Castellana, el tramo a mitad de recorrido por la Carrera de San Jerónimo
y algún repecho corto en los últimos kilómetros, el trazado es muy favorable.
El recorrido
merece la pena, corremos toda la Castellana, pasando por la Plaza de Colón y
por supuesto por las plazas de Cibeles y Neptuno lugar de celebración de los
triunfos futbolísticos de ambas aficiones. Pasamos también por la puerta del
Congreso de los Diputados y atravesamos la Puerta del Sol, para tomar la Calle
Mayor y cruzar por encima del Viaducto de Segovia. Dejamos a un lado la Puerta
de Toledo para bajar directos hacia el Manzanares y el final de la carrera.
Como podéis comprobar es un pequeño “tour” turístico por toda la capital.
Confieso que
soy madridista. Soy madridista por tradición familiar y por convencimiento
personal.
En mi
familia sólo se podía ser madridista, mi abuelo era socio y
sobretodo un gran aficionado al fútbol y a su Madrid. Inculco a sus hijos su
pasión por el club blanco y también a sus nietos mayores a los que hizo socios y
a los que llevaba al estadio cada domingo. Estamos hablando de la época en
donde todavía el fútbol era exclusivo de los hombres, se iba al estadio con
chaqueta y corbata, parte del público veía el partido de pie y por supuesto no había
calefacción.
Los nietos
más pequeños ya no disfrutamos de estos domingos futboleros, pues cuando tuvimos edad
para que nuestras madres nos permitieran ir al estadio, al abuelo ya no le
acompañaron las fuerzas para llevarnos. Pero aun así siguió inculcándonos su
pasión madridista que todavía se mantiene. Así sus hijos se siguen juntando para
ver en la televisión los partidos del Real Madrid, el WathsApp familiar arde
cuando el Madrid golea y los nietos mantenemos el recuerdo del abuelo haciendo
madridistas a nuestros hijos.
Pero también
soy madridistas por convicción. Mis primeros recuerdos futboleros empiezan con
aquel equipo en donde Santillana saltaba más que nadie, Gordillo corría la
banda con las medias bajadas y Juanito salía de los estadios pegando saltos
cuando no algún que otro gesto más provocativo. Luego vino la Quinta del Buitre, en esa época todavía el
número de extranjeros estaba limitado y el Madrid se nutría de la cantera para
dominar el futbol nacional. Es la época también de Hugo Sánchez, capaz de meter
los goles a un solo toque y con aquella celebración tan particular.
Pero cuando
de verdad me convencí de que era madridista fue con la conquista de “La
Séptima”, después de tantos años aquel gol de Mijatovic marco a toda una
generación de madridistas. Luego vino aquel equipo de fantasía y dos champions,
con Figo, Beckam, Ronaldo, Hierro, Guti pero sobretodo con el lujo de Zidane y
el saber jugar al futbol de Raul. Es cierto que los últimos años nos han dado
menos alegrías, pero tener a un jugador tan diferente como Cristiano me
hace seguir siendo madridista.
En resumen
soy madridista porque siendo de la capital y gustándome ganar siempre no existe
otra opción. Para sufrir ya está el llegar a final de mes, las catástrofes
mundiales y los pequeños disgustos del día a día, el futbol es para
disfrutar.
Nadie creo
que pueda dudar de mis colores pero debo confesar que a partir del domingo
pasado existe una mancha en mi camiseta blanca. En la Carrera de las Aficiones
que enfrenta a Madridistas y Atléticos, corrí defendiendo los colores
rojiblancos. El culpable fue un compañero de trabajo cule, y es que este tipo
de amistades no pueden traer nada bueno, que me tentó con un dorsal que le
sobraba.
Mi espíritu
de corredor pudo sobre mis reticencias madridistas y me puse en la salida de la
carrera en el cajón de los Atléticos. Lo peor es que arrastre a mi hijo y a mi
cuñado, por supuesto ambos madridista, a que me acompañaran engordando de ese
modo las filas enemigas. Sólo en mi descargo puedo decir que no debimos
esforzarnos demasiados por que la gran afición madridista gano la carrera.
Llegamos a
los alrededores del Bernabéu media hora antes del comienzo de la carrera,
pensando que aunque hemos apurado, y es que cuesta madrugar el domingo,
tendremos tiempo suficiente para dejar la ropa y calentar antes de la salida.
Pero cuál es nuestra sorpresa al acercarnos a las furgonetas que deben llevar
las mochilas a la meta y descubrir que en lugar de un guardarropa parece más un
mercadillo. Muy pocas furgonetas para tanto corredor, y además poca gente de la
organización para marcarlas y recogerlas. La gente se agolpa y la recogida es
eterna. Conclusión un desastre y al cabo de un cuarto de hora de ir de una a
otra furgoneta y por último a un camión que era nuestra última oportunidad, nos
vemos obligados a correr con las mochilas a la espalda.
Ya no nos da
tiempo a calentar y nos vamos directamente a la salida, imposible meternos en
los cajones de salida que están a rebosar. Mientras nos dirigimos al final de
la fila ya dan la salida, pero no hay prisa nos colocamos los últimos y todavía
nos da tiempo a hacernos una foto de los cuatro antes de que podamos empezar a
correr. Cruzamos la línea de salida casi 6 minutos después de que haya
comenzado la prueba, creo que es mi record, ni en la Media de Madrid he tardado
tanto en ponerme a correr.
Tomamos la
Castellana y nos olvidamos de todos los problemas, por fin podemos disfrutar de
la carrera. El primer kilómetro lo hacemos muy lento, entre tanta gente es difícil
correr y además las piernas no han entrado todavía en calor. Pero una vez que
giramos para tomar el carril centrar y aprovechando la ligera pero continua
bajada de más de 3 km vamos cogiendo velocidad.
Mi enano va
marcando el ritmo, y es que tiene las hormonas disparadas con la adolescencia,
mientras yo le vigilo para que no se acelere y controlo que el resto del equipo
no se quede atrás. Antes de llegar a la Plaza de Colon me doy cuenta de que a
mi compi le cuesta seguir el ritmo, me retraso para esperarle. Va cargado con
la mochila y le está empezando a pasar factura, además como es friolero ha
comenzado demasiado abrigado. Al principio se resiste por orgullo pero le
convenzo para que me deje llevarle la mochila y que se quite el cortaviento. Da
la impresión de que ha soltado lastre y hasta le cambia la cara, recuperamos
los metros perdidos y nos juntamos a los dos que van delante.
Nunca había
corrido una carrera con mochila, pero hacer de mochilero con dos una a la
espalda y otra en el pecho es para nota. No puedo bracear porque necesito ir
sujetando la mochila delantera con las manos para que no me golpee, pero me
sorprende que mantengo el ritmo sin mayores dificultades, debo estar mejor de
lo que esperaba. Lo tomo como un buen entrenamiento por si alguna vez me animo
a correr el Maratón de los Sables, en donde hay que cargar con todo el
equipaje.
Nos cruzamos
con algún corredor con la casaca del Rayo Vallecano, equipo madrileño de
primera y gran olvidado de esta competición, pero ellos siempre pueden fardar
de que la San Silvestre Vallecana, la carrera más multitudinaria de toda
España, termina en su estadio. También hay otras aficiones camufladas como un
grupo del Athletic de Bilbao, pero ni un solo barcelonista, como para atreverse
con tanto forofo.
Cruzamos la Plaza de Cibeles y la de Neptuno, donde al ritmo de los respectivos himnos las
aficiones se vienen arriba, eso sí siempre desde el buen rollo muy lejos de los
radicalismo futboleros que se producen en los estadios. También hay que
reconocer que mientras se corre las fuerzas no sobran como para ponerse a
discutir cual es el primer equipo de la capital, sobre cuantas Copas de Europa
tiene el Madrid y cuantas el Atlético o que paso el año pasado cuando los
atléticos tomaron el feudo blanco ganando la copa del rey. Todo eso queda para
después de la carrera frente a unas cañas y un buen aperitivo.
Tomamos la
cuesta de la Carrera de San Jerónimo, la gente ya no va tan fresca y el ritmo
baja. Aunque mi cuñado quiere seguir a mi hijo para que yo corra con mi compi,
sus lesiones le pasan factura y no puede seguir al adolescente, y es que los
kilómetros parece que no le están afectando. No quiero que se vaya solo y
abandono al resto para ponerme a su altura mientras subimos a buen ritmo. Cruzamos
por la Puerta del Sol donde ya está medio montado el árbol navideño y tomamos
la calle Mayor, decido darle cancha libre para que corra a su ritmo y me quedo
a esperar a los otros dos, mi intención es hacer de liebre para que mi compi baje
de los 50 minutos.
Cuando me he
retrasado unos metros me doy cuenta de que no se cómo voy a encontrar al enano
en la meta. Esprinto para cogerle, al grito de “Rubio espérame”, cargado con
las dos mochilas y a toda velocidad esquivando a los otros corredores, la gente
me toma por un sobrado. Por fin le cojo y le doy mi móvil para poder localizarle,
él tiene el suyo propio mucho mejor que el mío pero siempre que hace falta está
en casa sin batería.
Me echo a un
lado para no molestar al resto de corredores mientras espero a los retrasados. El primero en alcanzarme es mi compi, a mi cuñado no lo localizo, me
pongo a su altura y juntos vamos haciendo los últimos kilómetros a buen ritmo.
Pasamos la marca de los 9 km en algo más de 45 minutos, sería una pena que por
pocos segundos no consiguiera su objetivo. Le convenzo para que aprovechando la
bajada hacia el Calderón subamos un poco el ritmo. Pero el último tramo tiene
una cuesta corta pero estrecha, la gente se va parando y es que algunos llegan
con las fuerzas justas. Mi compi aguanta a duras penas mi ritmo, pero aprieta
los dientes y me sigue. Giramos y ya vemos el arco de llegada sólo quedan unos
metros de bajada, en ese momento le veo como se pone a esprintar y me adelanta
antes de cruzar la meta.
Objetivo
cumplido 49:48. Pocos metros detrás de nosotros entra mi cuñado también por
debajo de los 50 minutos. El enano nos está esperando en la llegada, ha entrado
unos 30 segundos antes que nosotros, al final los últimos kilómetros se le han
hecho largos.
Carrera
divertida y relajada con un bonito recorrido, pero desde mi punto de vista
demasiada cara para lo que se da a cambio. Una camiseta del montón y mal
tallada, un ropero caótico, el avituallamiento escaso, cuando nosotros pasamos
ya había mesas sin botellas y una bolsa del corredor en donde lo mejor era la
edición del día del Marca. El precio no se puede justificar con que nos pongan el
himno de nuestro equipo en la salida y cuando pasemos por la plaza de Cibeles y
Neptuno.
Aunque debo
reconocer que nosotros nos apuntamos a la oferta 2 x 1, pagamos dos dorsales y
corrimos cuatro, así al menos nos salió la mañana algo más económica.