Sexta edición de un maratón que
aun siendo joven tiene todo lo necesario para considerarse dentro de los
grandes de nuestra península. Correr por un ciudad como Málaga es un lujo y
hacerlo en pleno invierno a una temperatura primaveral y luciendo un sol que
nos acompaña sin calentarnos es doble lujo.
La fecha en diciembre permite
además comenzar los entrenamientos una vez finalizados los calores del verano y
aprovechar el tiempo más agradable de los meses de otoño para correr. Los
maratones en octubre como Valencia o San Sebastián nos obligan a adelantar el
comienzo de nuestra preparación a los últimos meses de verano.
Desde que nació ha tenido que competir
en fechas con el maratón de Castellón, también un maratón con solo seis
ediciones pero que los últimos años viene empujando fuerte, de hecho este año
coincidían en el mismo domingo. Las últimas noticias es que la fecha en
Castellón se traslada a partir del 2017 al mes de Febrero, por lo que queda
Málaga como el “Maratón de Diciembre”.
El recorrido en su mayoría
paralelo a la costa es plano y trascurre por grandes avenidas lo que lo hace
perfecto para correr rápido y sobretodo cómodo. Es un circuito de ida y vuelta
de un extremo a otro de la ciudad y que pasa dos veces en el km 8 y 21 por el
mismo tramo del Paseo del Parque que es además salida y meta de la carrera, lo
que convierte esta zona en la más animada del recorrido y la ideal para que
nuestros acompañantes nos vean pasar varias veces sin tener que moverse. Pero excepto
este tramo el resto del recorrido carece de animación y muchos kilómetros son
compartidos con el tráfico. Aunque deja la guinda del recorrido para el final
atravesando el casco antiguo y monumental de la ciudad lo que hace que el
último esfuerzo sea más llevadero.
http://www.maratonmalaga.com/
La vida es rara muy rara. Aunque siempre queremos buscarle un motivo a todo lo que nos ocurre e intentamos controlar los acontecimientos, la vida constantemente nos descoloca sorprendiéndonos con hechos que se salen de lo esperado. Así a veces aquello que hemos planificado durante mucho tiempo y a lo que hemos dedicado todo nuestro esfuerzo se tuerce sin saber porque convirtiéndose en un desastre cuando no en nuestra peor pesadilla. En cambio en otras ocasiones acontecimientos a los que nos subimos en el último momento en una mezcla de estupidez y osadía cuando ya habíamos renunciado a ellos y a los que no hemos dedicado ni el tiempo ni el esfuerzo merecido, se convierten en pequeños éxitos que recordar.
La vida es rara muy rara. Aunque siempre queremos buscarle un motivo a todo lo que nos ocurre e intentamos controlar los acontecimientos, la vida constantemente nos descoloca sorprendiéndonos con hechos que se salen de lo esperado. Así a veces aquello que hemos planificado durante mucho tiempo y a lo que hemos dedicado todo nuestro esfuerzo se tuerce sin saber porque convirtiéndose en un desastre cuando no en nuestra peor pesadilla. En cambio en otras ocasiones acontecimientos a los que nos subimos en el último momento en una mezcla de estupidez y osadía cuando ya habíamos renunciado a ellos y a los que no hemos dedicado ni el tiempo ni el esfuerzo merecido, se convierten en pequeños éxitos que recordar.
Esto último fue lo que me ha
ocurrido a mí con el Maratón de Málaga.
Por una vez parecía que todo
cuadraba lo había planificado antes de verano con tiempo suficiente para
prepararlo, elegido entre otros por coincidir con el puente de diciembre lo que
me permitía viajar con la familia y pasar cuatro días de vacaciones disfrutando
del mar y el buen tiempo mientras cumplía con una de mis grandes aficiones.
Pero un otoño muy triste en mi
familia y lleno de preocupaciones me impide disfrutar de su preparación como me
hubiera gustado. Una enfermedad inesperada se ceba en un pilar de nuestra
familia y me muestra una vez más cuales son las cosa importantes de la vida,
las que verdaderamente te la cambian. Y está claro que el Maratón no es uno de
esos acontecimientos que actúan como un tsunami, cambiando el panorama a su
paso.
A pesar de ello continúo con la
preparación durante todo el otoño pero sin la ilusión de otras veces y más como
una via de escape a la tristeza que habita en mi familia. Pero mi cabeza y
sobre todo mis preocupaciones están en otro sitio, los entrenamientos se anulan
o en el mejor de los casos se retrasan, los kilómetros no cuadran y ni el
cuerpo ni la cabeza responden como en otras ocasiones. Como consecuencia
empiezo a tener molestias en la planta del pie izquierdo, la temida fascitis, cuando
corro no me molesta pero al levantarme por las mañanas o cuando llevo un rato
sentado, el apoyar el pie es todo un sufrimiento.
Un mes antes de la fecha del
maratón estoy a punto de renunciar a correr, no encuentro la motivación y me da
la impresión que estoy gastando mis fuerzas en donde no debería. Pero mi mujer
me apoya y decido que iré a Málaga, aunque sobre el plan inicial solo se
mantiene que correré mi séptimo maratón, la familia se queda en Madrid y viajare
solo el día antes, correré el domingo y volveré la misma tarde.
Un par de semanas antes de la
fecha del maratón, se produce el peor de los desenlaces. Son días de dolor y todo
pasa a un segundo plano. Me replanteo el maratón, pero decido que lo correré,
será mi pequeño homenaje a ella que nunca entendió porque corría y aun así se
alegraba siempre de mis hazañas.
Y así viajo a Málaga sin la
preparación adecuada y con la cabeza en otro sitio, pero la vida una vez más me
sorprende y me regala uno de esos momentos para recordar. Son 32 horas en una
ciudad que me enamora y un maratón del que disfruto de principio a fin y en
donde consigo una de mis mejores marcas cuando ya había desistido de mejorar
mis tiempos.
Todo comienza con mi llegada el
sábado al mediodía a Málaga en el AVE, me voy directamente a recoger el dorsal
y en la misma feria del corredor me apunto a comer en la Pasta Party. El día es
espléndido y disfruto de mi “maravilloso” plato de pasta sentado en la terraza
al solecito, nadie se atrevería a decir que estamos en pleno invierno. Decido
ir caminando hasta el hotel que está en pleno centro, son 2 o 3 kilómetros de
caminata por el paseo marítimo disfrutando del mar y la playa. Tras tomar posesión
de mi habitación, que tiene unas maravillosas vistas a la catedral, me animo a
recorrer el casco antiguo descubriendo una ciudad preciosa y muy animada. Ya está
anocheciendo pero decido subir al Castillo de Gibralafaro para disfrutar desde
su mirador de unas vistas espectaculares sobre toda la ciudad y termino mi recorrido
por el Muelle 1, disfrutando de los buques allí amarrados y de la zona más
moderna de la ciudad.
Vuelvo al hotel feliz por haber
descubierto una ciudad como Málaga pero con un dolor intenso en la planta del
pie izquierdo y una pequeña ampolla en el derecho, lo ideal para afrontar
mañana el maratón.
Descanso un poco y salgo a cenar,
pero de paso me acerco a disfrutar de las luces navideñas en la calle Larios,
todo un espectáculo de luz y gentío. Después de un rato de paseo me acomodo en
la barra de una marisquería pegada al hotel que me habían recomendado los
primos de Jaén y en donde disfruto de un picoteo estupendo, aunque poco
recomendable para un pre-maratón, pero es que no he podido resistirme.
Al menos soy prudente y me
acuesto pronto dejando todo preparado para la mañana siguiente aunque
preocupado por mis dolores y el agotamiento acumulado. Pero cuando amanezco las
sensaciones no pueden ser mejores, después de una buena ducha y un desayuno de
cereales, batido de chocolate y plátano que he traído desde Madrid, los dolores
son un mal recuerdo y me encuentro dispuesto para correr mi séptimo maratón.
Me dirijo andando a la salida y
es que la elección de hotel ha sido perfecta, en cinco minutos ya estoy calentando
en el parque pegado a la salida. El ambientazo de corredores y público hace el
resto y me coloco en mi cajón a tope de ánimos y al contrario que en otras
ocasiones sin nervios. Por las pantallas gigantes retransmiten la cuenta atrás
y arrancamos, todavía tardamos un par de minutos en cruzar el arco de salida,
pero la calle es muy ancha y el número de corredores el adecuado para que en seguida
pueda correr cómodo y coja rápidamente mi ritmo.
Los primeros 5 km transcurren por
la Avenida de Andalucía y corremos hacia el interior de la ciudad. Cruzamos por
encima del río y nos desviamos para pasar por un subterráneo que nos lleva en
dirección a la playa. Llegamos al mar, primer avituallamiento y un poco de
caos, no hay suficientes voluntarios y tengo que pararme para poder coger una
botella de agua y un trozo de plátano.
Las condiciones para correr son
inmejorables, una temperatura perfecta, el cielo nublado que nos protege del
sol y unas calles anchas, rectas y llanas. No puedo buscar ninguna excusa, solo
mi limitado físico me impide correr más rápido.
Toca enfrentar los siguientes 20
km que transcurren paralelos al mar en dirección a la Playa de la Malageta pasando
de nuevo por la salida. Corremos hasta que se nos acaba la ciudad para volver
después sobre nuestros pasos y cruzar de nuevo la salida en esta ocasión con
medio maratón ya en nuestras piernas. En este tramo todavía estoy fresco y controlando
el ritmo, me cruzo con los que van por
delante y que ya vuelven, lo que me permite disfrutar con envidia de la
facilidad para correr de los que van en cabeza. También me sirve de subidón
cuando soy yo el que ya está de vuelta y me cruzo con los corredores que vienen
detrás mío y pienso en lo que les queda a los pobres. Mientras nos cruzamos los
corredores nos vamos animando, especialmente al farolillo rojo que tiene tanto
merito como los primeros.
Paso el medio maratón sin mirar
el reloj y con el físico intacto, animado sabiendo que llevo un buen ritmo. En
esta zona es donde se acumula más público, hasta ahora solo algún espectador
despistado animaba de vez en cuando a nuestro paso, aunque a partir del medio maratón
todavía será peor y prácticamente corremos solos, hasta que volvamos al centro
de la ciudad.
Seguimos corriendo paralelos al
mar pero ahora en dirección contraria por la M-22 Autovía de entrada al puerto
de Málaga, que es una avenida más de la ciudad, hasta salirnos de la ciudad por
el lado contrario. Esta es la zona más aburrida del recorrido, poca animación y
ya la masa de corredores se ha estirado y se corre bastante solo. Adelanto a
varios corredores que van perdiendo el ánimo pero yo me mantengo bien, sin que
hayan aparecidos dolores no previstos, solo tengo las molestias inevitables después
de recorrer más de 20 kilómetros.
Por fin acaba la autovía y
tomamos en dirección al Polideportivo Matin Carpena, pero antes hacemos varios
bucles por las calles de alrededor, incluido el paso por dentro de la pista de
atletismo. Al fin superamos la barrera de los 30 km con la animación de una
banda de música y los aplausos de unos cuantos voluntarios en el punto de
avituallamiento. La carrera abandona el extrarradio para dirigirse de nuevo en
dirección al centro de la ciudad.
Llega el momento de correr con la
cabeza, empieza a verse gente con problemas, pero mis piernas funcionan a la
perfección y devoran kilómetros, además parece que el dolor del pie me está respetando.
Pero sobre todo ya estoy en el km 35 en dirección al estadio de la Rosaleda que
indica el principio del fin.
En esta ocasión ni he chocado con
el muro ni he disfrutado del estado de trance como en Madrid, han sido kilómetros
corridos con la cabeza siendo consciente de cada zancada, pendiente de mantener
el ritmo sin acelerarme, alimentándome e hidratándome continuamente y teniendo
claro lo que llevo en las piernas y lo que me queda.
Llego al estadio y lo rodeo para
pasar la marca del km 38, era el punto de no retorno marcado en mi cabeza,
tenía claro que si llegaba hasta aquí sin dolor iba a llegar a la meta. Además estoy
lo suficientemente fresco como para saber que llegare corriendo hasta el final.
El subidón es brutal sobre todo porque desde hace unos rato mi ritmo de carrera
ha ido aumentando mientras recojo cadáveres a mi paso.
Todavía me quedan kilómetros para
disfrutar en la parte más bonita del recorrido, pasamos por el Teatro Romano,
la Catedral y la calle Larios, para volver al Paseo del Parque del que habíamos
salido hace más de tres horas.
Estos últimos kilómetros los corro
por debajo de los 5 min/km en un alarde de fuerzas, animado por el recorrido y
la gente que aplaude aunque solo sea para que pases pronto y pueda seguir con
su paseo dominical. De hecho hay que tener cuidado porque en esta zona el recorrido
aunque vallado se respeta poco y más de uno tiene que evitar un choque con los
turistas que se fotografían poco atentos al paso de los corredores.
Ya veo el arco de meta al fondo
pero tengo que reconocer que la recta de llegada se me hace eterna y decido
bajar el ritmo y disfrutar de los últimos metros. Por primera vez en una
carrera alzo los brazos en la llegada como signo de triunfo y dedicatoria. Paro
el crono en 3 horas y 35 minutos algo impensable hace unas semanas e incluso
esta mañana, es la gran sorpresa que me deparaba esta carrera.
Mensaje a la familia y amigos
para compartir la alegría y recibir las felicitaciones que junto a una ducha
reparadora hacen que me recupere rápidamente. Es el momento de disfrutar de la
ciudad con la satisfacción de haber hecho las cosas bien. Me acerco hasta el
Museo Picasso y la Catedral dos visitas obligadas y muy recomendables y
disfruto del paseo por el centro en esta ocasión de día y sin correr. Para
terminar me acerco hasta la playa y en uno de los muchos chiringuitos disfruto
de un espeto de sardinas, una de mis debilidades confesables.
Ya no me queda más que tomar el
AVE de vuelta a Madrid y llegar a casa para volver a la dura realidad. Pero al
menos de este maratón me llevo dos grandes alegrías, el descubrimiento de una
maravillosa ciudad y el recuerdo de una gran maratón, pero también dos disgustos
uno no haber venido con la familia para que ellos lo hubieran disfrutado
también y una lesión en el pie que creo que arrastrare un tiempo y me obligara
a parar.
Este maratón esta dedicado a
Mercedes.
Desde que nos conocimos hace ya más de 20 años hemos coincidido en muy pocas cosas. Nuestras formas
completamente distintas de entender y disfrutar de la vida, unido a dos
caracteres fuertes y esa mala manía de no callarnos nunca ni cuando debimos
hacerlo, han sido los culpables.