viernes, 27 de diciembre de 2013

La Clásica de Canillejas

Si alguien me pregunta los motivos por los que me anime a correr el trofeo José Cano, más conocido como la Carrera de Canillejas, creo que me pondría en un compromiso.

Su recorrido no discurre por los lugares emblemáticos de la capital, sino por zonas residenciales y ajardinadas muy alejadas del recorrido del autobús turístico madrileño. Tampoco es un recorrido muy favorable para realizar una buena marca, es cierto que no hay ninguna subida exigente pero es un continuo sube y baja de tendidos toboganes que no permite coger un ritmo constante.

No puedo decir que destaque por su Organización, que aun siendo correcta no difiere mucho de cualquier otra de las carreras más comerciales. En este caso al menos tienen la excusa de que no tiene el apoyo de las grandes marcas y se basa en el esfuerzo del club de atletismo del barrio.

Tampoco la bolsa del corredor es nada especial, la misma camiseta “técnica” y los cuatro objetos de propaganda, eso sí mucha publicidad. El precio como siempre caro, en este caso algo por encima del euro por kilómetro, lo cual tampoco es un aliciente para apuntarse.

El ambiente en las calles normal. Siendo una carrera de barrio podíamos esperar algo más, pero sólo en la parte final del recorrido nos encontraremos a gente animando. En el resto del recorrido solo los viandantes atrapados por la carrera que nos observan curiosos mientras esperan poder cruzar la calle para volver a sus obligaciones.

Entonces porque correr en Canillejas. Pues simplemente porque es una de las “clásicas” de Madrid, es una de esas pruebas que todo corredor popular veterano conoce.  Un recorrido con 34 ediciones bien merece que nos acerquemos para darle nuestro apoyo e inscribir nuestro nombre en parte de la historia del atletismo popular madrileño.


trofeojosecano.com















En esta ocasión mi equipo de habituales me ha abandonado. Pero he reclutado a un nuevo incauto en la oficina, en esta ocasión se trata de un gran nadador y aficionado a la bicicleta pero al que se le atraganta un poco la carrera a pie para dar la talla en los triatlones. Se ha estado preparando a conciencia los 10 Km, con el objetivo de conseguir buen tiempo para la San Silvestre Vallecana. Eso significa que en esta ocasión no debo despistarme si quiero mantener mi reputación dentro de la oficina, no puedo permitirme que un novato me gane en su estreno.

Ha estado toda la noche lloviendo y no parece que vaya a parar, por lo que el día se presenta de perros para correr. Al menos en esta ocasión la carrera empieza a una hora más normal las 11:30 de la mañana, aunque yo ya me he despertado mucho antes y desde la cama he esperado que los dioses se apiadaran de nosotros y dejara de llover. Pero está claro que no han escuchado mis suplicas y me preparo sabiendo que hoy toca mojarse y tener cuidado con los resbalones en la calzada mojada. No es la primera vez que acabo de morros en el suelo por culpa de una acera húmeda o al pisar unas hojas empapadas. 

Está claro que da igual a la hora que sea la carrera, siempre voy con la hora pegada y salgo con prisa de casa. Durante el viaje en metro sigo confiando en que deje de diluviar, pero a la salida del metro en la parada de Alsacia compruebo que sigue lloviendo. Aunque con menos fuerza, al menos parece que el cielo nos da un respiro durante la carrera.



El guardarropa está mejor organizado que en la última carrera y puedo dejar la bolsa sin problemas. La organización ha dispuesto suficiente camiones militares para todos los corredores y es que contar con el ejército es siempre una garantía de éxito.

Localizo por teléfono a mi acompañante, viene de camino y quedamos cerca de la salida. Le espero calentando un poco, en esta ocasión es muy necesario la lluvia nos va calando poco a poco y el frío se nota. Nos avisan de que vayamos hacia la salida, pero mi compi no aparece. Le vuelvo a llamar y sorpresa por el camino ha perdido el dorsal y el chip, esto sólo le puede pasar a un novatillo. Está cabreado y su primera intención es abandonar, ya no le valdrá para conseguir cajón en la San Silvestre.

Le consigo convencer de que se anime y corra aunque sea sin dorsal. Nos encontramos justo cuando dan la salida, pero como estamos de los últimos todavía tenemos tiempo antes de cruzar la salida. Cuando nos acercamos a la línea de salida me doy cuenta de que llevo el dorsal colgando, se ha mojado con la lluvia y se ha roto. Me lo recoloco mientras cruzo la salida, tengo que pinchar el imperdible mientras a la vez arranco el cronometro del reloj, me faltan manos pero consigo que todo cuadre en el último momento. Preparados y a correr.

Aunque el día está desagradable somos bastantes los locos que nos hemos animado. La carrera transcurre por avenidas muy anchas y en general la gente lleva bastante buen ritmo. No hay grandes tapones y podemos corre cómodos sin tener que esquivar a otros corredores. Me pongo a marcar el ritmo, nuestro objetivo es claro bajar de los 50 minutos.



Los primeros metros son de bajada y animan a dejarse llevar, pero después vienen unos cuantos kilómetros en suave subida y optamos por reservar fuerzas. Mi compi resulta de los competitivos y no piensa darme ni un metro de distancia, se pega a mi rueda y hacemos camino. Vamos adelantando a gente y a pesar de la lluvia el cuerpo entra pronto en calor.

Sin darnos cuenta llegamos al kilómetro 3 y corremos por la avenida Arcentales que transcurre por el Parque El Paraíso, para mí el tramo más agradable de la carrera. El recorrido es de ida y vuelta y mientras nosotros vamos los líderes de la carrera ya están de vuelta. Está claro que corren en otra división, pero nosotros en nuestra modestia seguimos apretando los dientes y vamos muy bien.

Llegamos al avituallamiento a mitad de recorrido aunque con la cantidad de agua que cae del cielo en esta ocasión me tengo que obligar a dar un par de tragos por precaución. Viendo que mi compi va bien y me sigue aunque en los repechos siempre pierde algún metro, decido que es el momento de aumentar un poco el ritmo.

Durante toda la carrera hemos corrido a un ritmo por debajo de los 5 min el kilómetro y ya estamos en el último tramo de la carrera. El final es una suave bajada continua hasta la meta, además con más público lo que siempre obliga a alargar la zancada para dar buena imagen. Pasado la marca de los 8 km mi compi se anima comentando que para lo que queda tenemos que echar el resto. Algún corredor más experimentado de alrededor se sonríe y le comento que total por mucho que aceleremos no vamos a ganar.

Pero el gen competitivo está hasta en los corredores populares y cuando pasamos la marca del último kilómetro decido que es el momento del ataque definitivo. Sin mirar hacia atrás subo el ritmo y espero que no me pueda seguir, hago el último kilómetro por debajo de los 4 minutos. Aunque sólo le saco unos segundos en la línea de meta es suficiente para mantener mi estatus de “mejor corredor” en la oficina. Después de la humillación del año pasado, donde pulverizaron mis marcas en 10.000 y media maratón, no puedo permitir que un novato me vuelva a ganar.

Una marca de 46:29 en la meta demuestra que ha sido una buena carrera y mi compi ya está preparado para atacar el triatlón con garantías.



Se produce un poco de atasco para recoger la camiseta, pero al menos los voluntarios de la organización nos van entregando la bolsa de corredor y la bebida isotónica mientras esperamos la cola. Con la humedad del ambiente y tanto corredor “caliente” junto se  forma sobre nosotros una niebla espesa pero al menos no pasamos frío.

Por fin con la camiseta, que regalo a mi compi para compensarle por el disgusto de correr sin dorsal, nos vamos hacia el ropero, empezamos a quedarnos frío y sigue lloviendo. El ropero un caos como siempre, nos apelotonamos reclamando cada uno nuestra bolsa, parece que va para largo.  A uno de los voluntarios se le ocurre ir gritando los números de las bolsas como en el bingo y a la segunda canto línea y me hago con mi mochila.

Nos ponemos ropa seca y estiramos un poco. Todavía nos queda una caminata hasta el metro bajo la lluvia y empiezo a estar destemplado. Me despido de mi compi que se va en autobús y agradezco por fin cuando me siento en el vagón de metro camino de casa.

A pesar de la mañana tan lluviosa, estupenda carrera, rápida, bien organizada y en buena y competitiva compañía. Una sorpresa agradable en la bolsa del corredor una medalla conmemorativa que siempre hace especial ilusión.


Con esta carrera he llegado al ecuador de mis TOP TEN. Ya he tachado de la lista la San Silvestre Vallecana, el Akiles, las carreras del Agua y de la Ciencia y esta de Canillejas. Para terminar mi particular circuito sólo me queda ponerme en las salidas de Aranjuez, Alcalá de Henares, en el Trofeo San Lorenzo, la Intercampus  y volver a Canillejas para el Trofeo Edward. 

martes, 19 de noviembre de 2013

Corriendo con el enemigo

La Carrera de las Aficiones es una de las muchas carreras “inventadas”, que en los últimos años han proliferado en la capital. Al menos la Organización ha sido original y aprovechando la rivalidad futbolística entre los aficionados colchoneros y los merengones, nos propone competir apoyando a nuestro equipo para demostrar quién manda en la capital. De este modo por un día podemos sentirnos ganadores si acertamos con el equipo correcto, aunque lleguemos en el grupo de los populares lejos de las primeras posiciones.

Como no podía ser de otro modo la carrera une el Estadio Santiago Bernabéu, feudo madridista y el Estadio Vicente Calderón hogar de los atléticos. Con buen criterio se ha decidido hacer la carrera cuesta abajo, para adaptarla al gran numero de futboleros que se apuntan. Excepto los primeros 100 m de salida en subida por la Castellana, el tramo a mitad de recorrido por la Carrera de San Jerónimo y algún repecho corto en los últimos kilómetros, el trazado es muy favorable.

El recorrido merece la pena, corremos toda la Castellana, pasando por la Plaza de Colón y por supuesto por las plazas de Cibeles y Neptuno lugar de celebración de los triunfos futbolísticos de ambas aficiones. Pasamos también por la puerta del Congreso de los Diputados y atravesamos la Puerta del Sol, para tomar la Calle Mayor y cruzar por encima del Viaducto de Segovia. Dejamos a un lado la Puerta de Toledo para bajar directos hacia el Manzanares y el final de la carrera. Como podéis comprobar es un pequeño “tour” turístico por toda la capital.


















Confieso que soy madridista. Soy madridista por tradición familiar y por convencimiento personal.

En mi familia sólo se podía ser madridista, mi abuelo era socio y sobretodo un gran aficionado al fútbol y a su Madrid. Inculco a sus hijos su pasión por el club blanco y también a sus nietos mayores a los que hizo socios y a los que llevaba al estadio cada domingo. Estamos hablando de la época en donde todavía el fútbol era exclusivo de los hombres, se iba al estadio con chaqueta y corbata, parte del público veía el partido de pie y por supuesto no había calefacción.

Los nietos más pequeños ya no disfrutamos de estos domingos futboleros, pues cuando tuvimos edad para que nuestras madres nos permitieran ir al estadio, al abuelo ya no le acompañaron las fuerzas para llevarnos. Pero aun así siguió inculcándonos su pasión madridista que todavía se mantiene. Así sus hijos se siguen juntando para ver en la televisión los partidos del Real Madrid, el WathsApp familiar arde cuando el Madrid golea y los nietos mantenemos el recuerdo del abuelo haciendo madridistas a nuestros hijos.

Pero también soy madridistas por convicción. Mis primeros recuerdos futboleros empiezan con aquel equipo en donde Santillana saltaba más que nadie, Gordillo corría la banda con las medias bajadas y Juanito salía de los estadios pegando saltos cuando no algún que otro gesto más provocativo. Luego vino la  Quinta del Buitre, en esa época todavía el número de extranjeros estaba limitado y el Madrid se nutría de la cantera para dominar el futbol nacional. Es la época también de Hugo Sánchez, capaz de meter los goles a un solo toque y con aquella celebración tan particular.

Pero cuando de verdad me convencí de que era madridista fue con la conquista de “La Séptima”, después de tantos años aquel gol de Mijatovic marco a toda una generación de madridistas. Luego vino aquel equipo de fantasía y dos champions, con Figo, Beckam, Ronaldo, Hierro, Guti pero sobretodo con el lujo de Zidane y el saber jugar al futbol de Raul. Es cierto que los últimos años nos han dado menos alegrías, pero tener a un jugador tan diferente como Cristiano me hace seguir siendo madridista.

En resumen soy madridista porque siendo de la capital y gustándome ganar siempre no existe otra opción. Para sufrir ya está el llegar a final de mes, las catástrofes mundiales y los pequeños disgustos del día a día, el futbol es para disfrutar. 

Nadie creo que pueda dudar de mis colores pero debo confesar que a partir del domingo pasado existe una mancha en mi camiseta blanca. En la Carrera de las Aficiones que enfrenta a Madridistas y Atléticos, corrí defendiendo los colores rojiblancos. El culpable fue un compañero de trabajo cule, y es que este tipo de amistades no pueden traer nada bueno, que me tentó con un dorsal que le sobraba.

Mi espíritu de corredor pudo sobre mis reticencias madridistas y me puse en la salida de la carrera en el cajón de los Atléticos. Lo peor es que arrastre a mi hijo y a mi cuñado, por supuesto ambos madridista, a que me acompañaran engordando de ese modo las filas enemigas. Sólo en mi descargo puedo decir que no debimos esforzarnos demasiados por que la gran afición madridista gano la carrera.

Llegamos a los alrededores del Bernabéu media hora antes del comienzo de la carrera, pensando que aunque hemos apurado, y es que cuesta madrugar el domingo, tendremos tiempo suficiente para dejar la ropa y calentar antes de la salida. Pero cuál es nuestra sorpresa al acercarnos a las furgonetas que deben llevar las mochilas a la meta y descubrir que en lugar de un guardarropa parece más un mercadillo. Muy pocas furgonetas para tanto corredor, y además poca gente de la organización para marcarlas y recogerlas. La gente se agolpa y la recogida es eterna. Conclusión un desastre y al cabo de un cuarto de hora de ir de una a otra furgoneta y por último a un camión que era nuestra última oportunidad, nos vemos obligados a correr con las mochilas a la espalda. 

Ya no nos da tiempo a calentar y nos vamos directamente a la salida, imposible meternos en los cajones de salida que están a rebosar. Mientras nos dirigimos al final de la fila ya dan la salida, pero no hay prisa nos colocamos los últimos y todavía nos da tiempo a hacernos una foto de los cuatro antes de que podamos empezar a correr. Cruzamos la línea de salida casi 6 minutos después de que haya comenzado la prueba, creo que es mi record, ni en la Media de Madrid he tardado tanto en ponerme a correr.



Tomamos la Castellana y nos olvidamos de todos los problemas, por fin podemos disfrutar de la carrera. El primer kilómetro lo hacemos muy lento, entre tanta gente es difícil correr y además las piernas no han entrado todavía en calor. Pero una vez que giramos para tomar el carril centrar y aprovechando la ligera pero continua bajada de más de 3 km vamos cogiendo velocidad.

Mi enano va marcando el ritmo, y es que tiene las hormonas disparadas con la adolescencia, mientras yo le vigilo para que no se acelere y controlo que el resto del equipo no se quede atrás. Antes de llegar a la Plaza de Colon me doy cuenta de que a mi compi le cuesta seguir el ritmo, me retraso para esperarle. Va cargado con la mochila y le está empezando a pasar factura, además como es friolero ha comenzado demasiado abrigado. Al principio se resiste por orgullo pero le convenzo para que me deje llevarle la mochila y que se quite el cortaviento. Da la impresión de que ha soltado lastre y hasta le cambia la cara, recuperamos los metros perdidos y nos juntamos a los dos que van delante.

Nunca había corrido una carrera con mochila, pero hacer de mochilero con dos una a la espalda y otra en el pecho es para nota. No puedo bracear porque necesito ir sujetando la mochila delantera con las manos para que no me golpee, pero me sorprende que mantengo el ritmo sin mayores dificultades, debo estar mejor de lo que esperaba. Lo tomo como un buen entrenamiento por si alguna vez me animo a correr el Maratón de los Sables, en donde hay que cargar con todo el equipaje.

Nos cruzamos con algún corredor con la casaca del Rayo Vallecano, equipo madrileño de primera y gran olvidado de esta competición, pero ellos siempre pueden fardar de que la San Silvestre Vallecana, la carrera más multitudinaria de toda España, termina en su estadio. También hay otras aficiones camufladas como un grupo del Athletic de Bilbao, pero ni un solo barcelonista, como para atreverse con tanto forofo.

Cruzamos la Plaza de Cibeles y la de Neptuno, donde al ritmo de los respectivos himnos las aficiones se vienen arriba, eso sí siempre desde el buen rollo muy lejos de los radicalismo futboleros que se producen en los estadios. También hay que reconocer que mientras se corre las fuerzas no sobran como para ponerse a discutir cual es el primer equipo de la capital, sobre cuantas Copas de Europa tiene el Madrid y cuantas el Atlético o que paso el año pasado cuando los atléticos tomaron el feudo blanco ganando la copa del rey. Todo eso queda para después de la carrera frente a unas cañas y un buen aperitivo.

Tomamos la cuesta de la Carrera de San Jerónimo, la gente ya no va tan fresca y el ritmo baja. Aunque mi cuñado quiere seguir a mi hijo para que yo corra con mi compi, sus lesiones le pasan factura y no puede seguir al adolescente, y es que los kilómetros parece que no le están afectando. No quiero que se vaya solo y abandono al resto para ponerme a su altura mientras subimos a buen ritmo. Cruzamos por la Puerta del Sol donde ya está medio montado el árbol navideño y tomamos la calle Mayor, decido darle cancha libre para que corra a su ritmo y me quedo a esperar a los otros dos, mi intención es hacer de liebre para que mi compi baje de los 50 minutos.

Cuando me he retrasado unos metros me doy cuenta de que no se cómo voy a encontrar al enano en la meta. Esprinto para cogerle, al grito de “Rubio espérame”, cargado con las dos mochilas y a toda velocidad esquivando a los otros corredores, la gente me toma por un sobrado. Por fin le cojo y le doy mi móvil para poder localizarle, él tiene el suyo propio mucho mejor que el mío pero siempre que hace falta está en casa sin batería.

Me echo a un lado para no molestar al resto de corredores mientras espero a los retrasados. El primero en alcanzarme es mi compi, a mi cuñado no lo localizo, me pongo a su altura y juntos vamos haciendo los últimos kilómetros a buen ritmo. Pasamos la marca de los 9 km en algo más de 45 minutos, sería una pena que por pocos segundos no consiguiera su objetivo. Le convenzo para que aprovechando la bajada hacia el Calderón subamos un poco el ritmo. Pero el último tramo tiene una cuesta corta pero estrecha, la gente se va parando y es que algunos llegan con las fuerzas justas. Mi compi aguanta a duras penas mi ritmo, pero aprieta los dientes y me sigue. Giramos y ya vemos el arco de llegada sólo quedan unos metros de bajada, en ese momento le veo como se pone a esprintar y me adelanta antes de cruzar la meta.

Objetivo cumplido 49:48. Pocos metros detrás de nosotros entra mi cuñado también por debajo de los 50 minutos. El enano nos está esperando en la llegada, ha entrado unos 30 segundos antes que nosotros, al final los últimos kilómetros se le han hecho largos.

Carrera divertida y relajada con un bonito recorrido, pero desde mi punto de vista demasiada cara para lo que se da a cambio. Una camiseta del montón y mal tallada, un ropero caótico, el avituallamiento escaso, cuando nosotros pasamos ya había mesas sin botellas y una bolsa del corredor en donde lo mejor era la edición del día del Marca. El precio no se puede justificar con que nos pongan el himno de nuestro equipo en la salida y cuando pasemos por la plaza de Cibeles y Neptuno.

Aunque debo reconocer que nosotros nos apuntamos a la oferta 2 x 1, pagamos dos dorsales y corrimos cuatro, así al menos nos salió la mañana algo más económica.


jueves, 10 de octubre de 2013

De Maratón por el Río Ebro

El maratón de Zaragoza nace para promocionar la EXPO que se realizo en esta ciudad en el año 2008. Finalizado tan magno evento, la carrera estuvo a punto de ser abandonada como el resto de las infraestructuras que se habían creado, sólo se ha mantenido gracias al trabajo del Club de Atletismo Running.

Estamos hablando de un maratón familiar, la participación este año entorno a los 1100 corredores hace de esta prueba una carrera entre amigos. La Organización ha optado por invertir el poco dinero de que dispone en mejorar el servicio a los corredores, en lugar de aumentar los premios y atraer a los corredores de élite. Está política lo ha convertido en un maratón sin grandes marcas pero ideal para los corredores populares.

Un circuito de una sola vuelta hace que el recorrido sea algo dispar. En su primera parte se corre por dentro del Parque Grande, muy agradable pero con caminos estrechos. A continuación un tramo de transición hacia el centro histórico compartiendo trafico con los coches. Espectaculares kilómetros por el casco antiguo, Plaza del Pilar, Catedral de la Seo, Basílica del Pilar, calles de Alfonso y Coso, siempre con muchísima animación. Recorrido por ambas riberas del rio Ebro atravesando por casi todos los puentes que lo cruzan, zona de largas avenidas y algunos tramos de kilómetros basura. Para terminar en lo que fue el recinto de la EXPO, entorno modernista para un final bonito y animado.

El gran peligro de este maratón es la aparición del temido “Cierzo” aragonés. Los últimos kilómetros bordeando el río están desprotegidos y si entra el viento lo sufriremos, de hecho este año se ha adelantado a Septiembre para evitarlo, aunque esto significa que él que se anime tendrá que entrenar en verano con los calores.

http://www.zaragozamaraton.com/













Si os cuento que termine mi cuarto maratón, que lo hice en una marca dentro de los tiempos que me había propuesto, sólo cuatro minutos por debajo de mi mejor marca, que durante casi una tercera parte de la prueba corrí a buen ritmo por encima de mi mejor marca personal, que quede el 290 de los 900 que terminaron la carrera y 49 de mi categoría, todos pensareis que mi participación en el maratón de Zaragoza ha sido un éxito.

Pero si os reconozco que a partir del kilómetro 30 cargue con una pájara increíble, que aguante hasta el 36 corriendo pero que entonces tuve que pararme y andar durante unos cientos de metros para poder recuperarme y conseguir volver a arrancar y que al cruzar la meta no pude sonreír sino sólo aliviarme por poder parar de corre, no os quedara otro remedio que pensar que mi carrera en el maratón de Zaragoza fue un fiasco.

Cada uno que elija la versión que más le guste, yo estoy contento con mi carrera. Es cierto que no acabe tan orgulloso como en el maratón de San Sebastián, pero en este fui más valiente y capaz de cambiar los planes cuando me encontré vacio, capaz de buscar una alternativa, parar y recuperar para poder terminar el maratón dignamente y en un tiempo del que puedo estar orgulloso.

Personalmente me une una relación familiar con la ciudad de Zaragoza, mi abuela nació en esta ciudad y era una maña de pro. Se caso con mi abuelo en la Catedral de La Seo en plena Plaza del Pilar. A mi madre todavía le quedan familiares viviendo en esta ciudad, especialmente una de las famosas “Tías de Zaragoza” con las que sólo he coincidido en las bodas a las que nuestra madre siempre se empeñaba en invitar. Por este motivo consigo engañar una vez más a mi familia, a mi hermana y mis dos sobrinos y hasta a mi madre para que me acompañen.

Aprovecho para quedar con mi prima que por motivos laborales ha acabado viviendo en Zaragoza y casándose con un baturro. Tiene hijos de la edad de mi enana y coincidimos con ellos en la playa este verano. Por eso mi pequeña está encantada porque le he prometido que vamos a verlos. En cambio el mayor no hace más que refunfuñar, él se quería quedar en Madrid para salir con sus amigos y jugar a la Play.

Después de recoger el dorsal, sorprendentemente pequeño comparado con el tamaño normal de otras carreras, quedamos en la Plaza del Pilar y nos vamos de tapas por “El Tubo”, así es como llaman a un entramado de calles en el casco antiguo lleno de bares y mesones. Está animadísimo y disfrutamos tapeando, espectacular la tapa de champiñones a la plancha de “La Cueva de Aragón”.

Por la tarde, mi madre aprovecha para visitar a su tía mientras los demás nos vamos al Parque del Agua en las antiguas instalaciones de la EXPO, cerca de donde al día siguiente terminaré el maratón. La idea es que los niños estén tranquilos jugando mientras nosotros charlamos frente a unos cafés y unas copas y organizamos la logística del día siguiente. Cena en el apartamento, derrota de mi Madrid frente al Atlético en el Bernabéu después de 14 años y a intentar descansar para el maratón.


Cuando me despierto a la mañana siguiente para la carrera aun no ha amanecido, el maratón comienza a las 8:30 y conviene empezar a activar el cuerpo un par de horas antes. Es la primera vez que he conseguido descansar la noche anterior a un maratón, aunque por supuesto los nervios me han hecho despertarme un par de veces a media noche. Desayuno y ducha intentando no despertar a los demás inquilinos, sólo mi mujer abre el ojo desde la cama para desearme suerte.

Ya en la calle, aunque empieza a clarear, la temperatura aun es fresca. Pensaba ir andando hasta la salida pero me encuentro con una parada de taxis y decido que voy a ahorrar unos cuantos kilómetros a mis piernas. A bordo del taxi rumbo al Parque Grande, sólo me cruzo con algún corredor que va camino de la salida y los que vuelven de la juerga nocturna.

Llego al parque mucho antes de lo que había previsto, todavía no han puesto ni el arco de salida. Soy de los primeros, sólo hay gente de la Organización preparando la salida y algún corredor despistado como yo. Me siento en un banco mientras disfruto del amanecer, el día amanece nublado, pero a pesar de las previsiones que daban lluvias seguras, no parece que nos vayamos a mojar.

Poco a poco el parque se va llenando de corredores y a las 7:45 ya hay mucha animación. Decido que ya es hora de que me prepare, dejo mi mochila en el guardarropa, en está ocasión unos camiones del ejército de tierra, se la doy a un soldado y a estirar. Troto muy suave por el parque para ir calentando, pero me tengo que parar un par de veces con la sensación de tener alguna china en las zapatillas, es producto de los nervios pues no encuentro ninguna piedra.

El arco de salida ya está montando y hay gente colocándose tras él, ya se oye al speaker en todo el parque con sus indicaciones. Nos presenta a las liebres de la carrera, la Organización se vanagloria de que son todas mujeres, aunque no muy habladoras, pues cuando les pasan el micrófono para que nos animen, son demasiado escuetas en sus palabras.

Me coloco en la salida que está organizada por cajones, en función de nuestra marca personal tenemos dorsales de distintos colores. Mi tiempo en San Sebastián me permite disponer de un flamante dorsal azul, por encima de los vulgares dorsales negros, pero por detrás de los verdes y por supuesto de los rojos de la élite. No busco mi cajón, prefiero salir atrás además somos pocos corredores y la distancia es muy larga.

Dan la salida y en menos de un minuto ya estoy cruzando la línea sin grandes agobios. Voy viendo los globos de todas las liebres mientras avanzo en el pelotón de los populares. En los primeros metros ya adelanto al globo de las 4:00 y alcanzo al de las 3:45. Mi idea inicial era aguantar los primeros kilómetros tras esta liebre, pero me resulta muy incomodo correr por estos caminos tan estrechos en un grupo con tanta gente que se apelotona tras la liebre, decido mantener mi ritmo y adelantarlos.


Los primeros 14 kilómetros transcurren por dentro del Parque Grande, realizando dos vueltas a un circuito circular antes de abandonarlo para ir hacia el centro de la ciudad. Correr por dentro del parque por la zona arbolada siempre resulta muy agradable aunque el circuito no está cerrado y debemos compartirlo con los paseantes y las bicicletas. El recorrido de la maratón podemos considerarlo prácticamente llano, aunque en este primer tramo tenemos que superar algún repecho corto, pero las piernas van frescas y se sube sin dificultad.

Me sorprende las buenas sensaciones con las que he empezado a correr, en los últimos entrenamientos me había encontrado con dolores en los primeros kilómetros hasta entrar en calor, pero desde los primeros metros mis piernas están finas, seguramente la última semana de descanso o la adrenalina de la competición les ha sentado bien.

Sin darme cuenta he alcanzado a la liebre de las 3:30, ha perdido su globo unos kilómetros atrás y por eso no he visto que la tenía tan cerca. Es muy buena señal, me acoplo al grupo, este ritmo tendría que ser el adecuado. Pero en seguida compruebo que mi ritmo es algo más rápido, además el grupo es grande y como estoy acostumbrado a correr en solitario me resulta incomodo.


Aguanto unos kilómetros en el grupo, pero en una osada decisión decido mantener mi ritmo de carrera y adelantar a la liebre. Unos metros por delante veo un grupo más reducido de una docena de corredores y me acoplo a ellos. El grupo va liderado por los corredores del club “Trials Zaragoza”, a los que tengo que agradecer que tiraran de mí en estos primeros kilómetros. Dos corredores marcan el ritmo mientras un tercero controla los tiempos, avisándoles de que no se aceleren.

Es un grupo alegre, se va charlando y hasta contando algún chiste subidito de tono, se nota que vamos todavía frescos. Me voy olvidando del reloj y disfrutando de la carrera. Aunque es un grupo reducido me resulta complicado correr pegado a otros y debo ir pendiente de no molestar a nadie.

Abandonamos el parque y nos incorporamos a las calles rumbo al rio Ebro. No están cerradas totalmente al tráfico sino que han “vallado” con conos un carril para los corredores, resulta un poco incomodo pues nos vamos comiendo el humo de los coches que circulan a nuestro alrededor. Pero seguimos a buen ritmo, en algunos tramos cuesta abajo a demasiado ritmo, pero decido aguantar en el grupo, se supone que me será más cómodo que hacerlo en solitario.

Alcanzamos la media maratón en un sorprendente tiempo de 1:40. A mí me surgen las dudas de si podre aguantar este ritmo hasta la meta, pero a la vez me entra el gusanillo de poder bajar muchos minutos de las 3:30 al final de la maratón. Decido ser valiente y mantener el ritmo porque aunque voy por encima de los tiempos previstos las sensaciones son muy buenas.


Tomamos una carretera para acabar en el Paseo de Echegaray y Caballero, autores de la famosa zarzuela “Gigantes y Cabezudos” ambientada en Zaragoza. Transcurre paralelo al río y nos llevará hasta la Plaza del Pilar. En esta zona nos cruzamos con los primeros de la carrera que ya han abandonado el casco antiguo y corren en sentido contrario. Dentro del grupo se comenta que esta recta es de lo peor del recorrido, se hace muy larga y suele soplar el cierzo con fuerza, pero en esta ocasión parece que el viento no nos acompañara.

A mitad de esta larga avenida el grupo se disuelve, varios de los que marcaban el ritmo se han parado al servicio y los que quedamos estamos un poco descolocados. Aunque en seguida la avenida se acaba y llegamos al casco antiguo.

Es con diferencia la parte más bonita del recorrido. Hasta ahora hemos corrido prácticamente sin animación, pero en esta zona hay muchísima gente en los laterales. Rodeamos la Catedral de La Seo, cruzando por debajo del Arco del Dean, es una zona adoquinada, estrecha y sinuosa pero curiosa de correr. Empezamos a callejear y voy atento a encontrarme con mi grupo de apoyo, deberían estar cerca.

Por fin los veo apostados en la calle Alfonso y les hago gestos desde lejos, les cuesta reaccionar pero al final me ven y animan como locos. Es un instante pues les pierdo en seguida tras una esquina. El recorrido da una vuelta y cruza de nuevo por donde he pasado lo que me da una segunda oportunidad para verlos, en esta ocasión me paro a saludarlos, sobretodo a la enana que es a la que más ilusión le hace.

Allí está también mi madre animándome y gritándome que no me pare, como si tuviera alguna posibilidad de ganar la carrera. Me comentan entusiasmados que voy fenomenal, a lo que contesto que demasiado bien pues creo que lo voy a pagar más adelante. Arranco de nuevo a correr y conmigo mi hermana y mi ahijada, la primera desiste en seguida maldiciendo por no poder seguir mi ritmo ni cuando llevo más de medio maratón.

Entrada espectacular desde la calle Alfonso a la Plaza del Pilar, es uno de esos momentos mágicos de un maratón. Cruzo la plaza aun acompañado de mi sobrina a la que se han juntado mi hijo cargando en brazos con su hermana, estos dos dentro de poco se apuntan conmigo a las carreras y lo peor es que no podre seguirles. Me despido de ellos y cruzo el río por el Puente de Piedra, otro de los momentos para recordar del recorrido.


Ahora corro sólo, el grupo al que seguía ha aumentado su velocidad y he decidido no cambiar mi ritmo. A solas con mis pensamientos empiezo a darme cuenta de que ya no voy tan fino y los kilómetros empiezan a pesar. Mi cabeza me empieza a jugar una mala pasada, desaparecen los pensamientos positivos y en cambio cada vez se asienta más la idea de que me he equivocado con el ritmo y que no voy a ser capaz de aguantar.

Tampoco me acompaña en este tramo el recorrido, cuando cruzo sobre los puentes aparece aunque flojo el temido cierzo y el sol que hasta ahora estaba cubierto empieza a apretar. El camino de regreso por el paseo se me hace eterno y el tramo por la Ronda de la Hispanidad compartiendo carrera con los coches para cruzar a la otra ribera del río, acaba con mis pocos ánimos.

La puntilla llega al pasar el Km 30 y ver que nos desvían del cauce del Ebro con el único fin de hacer kilómetros en un bucle de ida y vuelta por un barrio sin ningún encanto. En ese momento descubro el famoso muro, el tío del mazo y creo que hasta el hombre del saco. Me siento sin fuerzas y es el momento en que empiezo a tirar de cabeza para seguir corriendo, intento olvidarme de lo que me queda y buscar pequeños objetivos que alcanzar.

Primer objetivo llegar al 32, entonces ya sólo me quedaría correr un 10.000, distancia que en otras condiciones me sería muy sencilla. Segundo objetivo llegar al 35, en donde esta el avituallamiento, a lo mejor el beber algo me devuelve las fuerzas que he perdido. Tercer objetivo llegar al 36, frente al Puente de Santiago donde se supone que deben estar mi equipo para animarme.


Algo más lento pero sin dejar de correr llego a la altura del puente, pero no veo a mi familia. Seguramente no les ha dado tiempo a llegar y casi lo agradezco, creo que prefiero pasar el mal momento solo y ahorrarme explicaciones. Desde hace un par de kilómetros he asumido que así no seré capaz de llegar a la meta, debo cambiar algo y lo único que se me ocurre es caminar un poco para intentar recuperar las fuerzas. Me rindo y pasado el puente paro y comienzo a andar.

Los recuerdos de este tramo del maratón se mezclan supongo que por efecto del cansancio. Recuerdo haber comenzado a caminar y comprobar con horror que no se me aliviaba el agotamiento. Recuerdo pasar por la noria de la ribera del río y ver a la gente en la cola esperando para subir pero no sé si iba andando o corriendo. Recuerdo darme cuenta de que todavía me queda uno de los dos geles con los que cargaba en el bolsillo del pantalón y tirar de él para recuperar fuerzas. Pero no tengo claro cuantos cientos de metros estuve andando, si me adelanto mucha gente, ni el tiempo transcurrido.

Pero sorprendentemente recuerdo cuando volví a correr, pocos metros antes de pasar la marca del km 37. A un trote muy lento pero ya corriendo cruzo el Puente de Almozara, primero por encima y luego por debajo para tomar el jardín pegado al río y volver a cruzarlo por la Pasarela del Voluntariado.


En este tramo ya he recuperado el ánimo y vuelvo a estar convencido de que voy a acabar. Hasta voy pasando a otros corredores que sufren más que yo, pero por detrás oigo los aplausos que significan que se me acerca el grupo de la liebre de las 3:30. Me adelanta pocos metros después de cruzar la pasarela, pero de aquel grupo numeroso que dejé en los primeros kilómetros sólo aguantan 6 o 7 corredores.

Ya solo queda el final, hay que aguantar y apretar los dientes, pero no resulta fácil. Delante mío a un corredor le da un tiro en una pierna y aunque le echan réflex, que todo lo cura, no puede ni mantenerse en pie. Otros muchos van andando, uno de ellos empujado por los ánimos de la gente arranca arrastrando los pies, cuando paso a su altura le animo pero ni siquiera es capaz de mirarme. Casi en el km 41 me cruzo con un corredor en el suelo con calambres en las piernas, su compañero intenta ayudarle mientras un policía avisa a la ambulancia. En este último tramo hay mucha gente que anima, grita tu nombre y aunque no tengo fuerzas para agradecérselo me da ánimos para aguantar.


Por fin dejo las calles y entro en la zona de la EXPO, corro entre los edificios modernistas. Este tramo es un poco caótico, no hay calzada ni acera de referencia y tampoco está señalizado, corremos por inercia siguiendo al que llevamos delante y que suponemos que sabrá dónde está la meta. Pasamos por delante de una terraza donde hay mucha gente disfrutando del sol y que nos anima.

Aunque estoy en el último kilómetro, tengo que andar durante unos metros para intentar relajar las piernas que tengo duras como piedras. Me cruzo con una pareja que me anima “No te pares ahora, que te queda muy poco” y reacciono volviendo a correr. Me animo diciéndome que tienen razón, que para lo que queda hay que terminar corriendo.

Ya veo el arco de meta, recompongo la figura para cruzar lo más digno posible entre la gente que anima a los lados, no veo a los míos, es mi sino tendré que correr otro maratón para que por fin me vean cruzar la meta. Al pasar la línea de meta pienso en levantar los brazos como los campeones, pero sólo quiero cruzarla para poder parar de correr. Un voluntario me ofrece la medalla pero le hago esperar unos segundos mientras me recupero y por fin ya la tengo al cuello.


He acabado agotado, las piernas me duelen horrores y aunque estiro no consigo que reaccionen. Las sensaciones son muy extrañas, hasta en un momento dado casi me pongo a llorar como un niño, no sé si por efecto de la tensión, el agotamiento o la alegría, aunque seguramente por una mezcla de todas ellas.

Poco a poco me voy recuperando, me hago con mi mochila y llamo a mi hijo. Todavía no han podido llegar a la meta, viene andando con su madre mientras mi hermana intenta aparcar el coche. Tras unos minutos de caos conseguimos reunirnos todos, me felicitan y me dan un montón de explicaciones de porque no estaban en el punto de encuentro ni han llegado a verme a la meta.

Después de un masaje en mis maltrechas piernas a cargo de una fisioterapeuta con unas manos “divinas” y una ducha reconfortante con el agua muy caliente me siento otra persona, hasta puedo andar y sonreír. Finalizo el fin de semana con una visita a la Pilarica para agradecerle haber acabado el maratón y prometiéndole que volveré.   

Nada más terminara la carrera dudaba si me había merecido la medalla de Zaragoza, pero pasados unos días lo tengo claro, me he ganado hasta el último gramo que pesa, es más me parece poca recompensa para el esfuerzo que realice para cruzar la meta.

Es cierto que debo entonar el mea culpa, no puede ser que volviera a cometer los errores de mi primera participación en esta distancia, y olvidar la regla básica de ir de menos a más, pero las circunstancias de la carrera y mis buenas sensaciones me engañaron. Olvide el reloj y los ritmos y cuando quise darme cuenta ya no tenía remedio. Tras cuatro maratones está claro que tengo mucho que aprender para dominar la distancia.

Pero los mejor de todo es que estoy rabioso por la equivocación y deseando enfrentarme de nuevo al maratón para corregir errores y recuperar sensaciones. Debo de estar ya muy mal de la cabeza cuando después del sufrimiento de los últimos kilómetros en lugar de desistir de mi insensata aventura estoy pensando y deseando volver a ponerme en la salida de mi siguiente maratón.

¡¡¡ Objetivo Sevilla y acabar sonriendo !!!

P.D. El mismo día en el maratón de Berlín un ser “humano“ llamado Wilson Kipsang ha establecido un nuevo record del mundo de la distancia en 2:03:23. Ahí es nada igualito que yo.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Corriendo de "ilegal"

El pasado domingo corrí por tercer año consecutivo la carrera “Madrid corre por Madrid”, pero en esta ocasión algo era distinto, por primera vez corría sin dorsal, estaba en él cada vez más concurrido grupo de los “ilegales”.

En mi descargo diré que no fue algo premeditado sino más bien producto del azar. Los que me aguantáis, recordareis que el año pasado critique la organización de esta carrera y en esta edición preferí no correrla para no volver a disgustarme. Pero la noche anterior coincide con mi cuñado y él si iba a correrla recordando su estreno como corredor popular en esta misma carrera hace un año.

No pude resistir la tentación de correr otra vez por la Gran Vía y con la excusa de acompañarle y que no corriera solo quede para que me recogiera a la mañana siguiente. Así fue como el destino quiso que me encontrara un año más en la salida de esta carrera, en plan “malote”, hasta me vestí con camiseta sin mangas y gafas de sol de espejo para completar el disfraz. Eso si, escondiéndome de la Organización para que no me echaran.


En cuanto llegue a la salida me di cuenta de que ni mucho menos era el único que iba de ilegal. La mayoría de ellos sin ninguno tipo de reparo, aunque algunos intentaban camuflarse con las camisetas de años anteriores o dorsales de otras carreras. En cualquier caso creo que la Organización ya cuenta con que un gran grupo correremos sin dorsal y lo asume como un mal menor, de hecho creo que ni se molestan en controlarlo.

El problema es, porque han crecido tanto el número de “ilegales”, no hablo de los que se enganchan a última hora como yo, sino que hay muchos que se niegan por sistema a pagar el dorsal de las carreras.

Además de la subida de los precios, las justificaciones habituales son la sensación de que nos hemos convertido en lo menos importante dentro del negocio en que se han transformado estas carreras y el número exagerado de carreras que se han “inventado” en los últimos años. A las clásicas que ya tienen varias ediciones, hay que sumar que muchas empresas han creado su propia carrera y bajo el paraguas de carrera solidarias han surgido un montón de pruebas. La última moda son las carreras nocturnas o las reivindicativas.

Esto no estaría mal si se siguiera cuidando la calidad, pero no es así. Cada vez se masifican mas, los recorridos se cuidan menos y se pretende justificar el precio con una camiseta, cada vez de peor calidad, que además lleva la publicidad de los patrocinadores.

Es cierto que nadie nos obliga a participar y que siempre puedes, y más en Madrid, encontrar carreras de verdad populares, organizadas por las asociaciones de vecinos o club de atletismo que mantienen el espíritu del deporte. Pero las zonas más atractivas de la ciudad se reservan sólo para algunas carreras, por lo que si queremos correr por las calles más emblemáticas deberemos pasar por el aro.

También los corredores deberíamos hacer un acto de reflexión sobre que es una carrera popular. Es cierto que la idea es que pueda participar cualquiera pero deberíamos ser mas respetuosos con los que corren a nuestro lado, si somos más lentos retrasémonos en la salida y dejemos paso a los que van más rápido. Es bueno correr con los amigos y hasta recomendable pero procuremos no formar una barrera que impida el paso. El concepto “globero” se extiende cada vez más en las carreras y eso no es bueno para nadie.

En cuanto a la carrera poco que añadir con respecto a la edición del año pasado. Recorrido precioso por todo el centro de Madrid, como tiene el apoyo incondicional de la Comunidad de Madrid se le permite correr por calles prohibidas a otras carreras, y la Organización con demasiados fallos para ser su cuarta edición.

Para mi la gran cantidad de corredores es al mismo tiempo lo peor y lo mejor de está carrera. Resulta espectacular bajar la calle Alcalá o subir Gran Vía cubierta de corredores, el ruido de miles de zapatillas golpeando a la vez el suelo de forma rítmica sorprende al que no está acostumbrado. Pero al mismo tiempo cualquier estrechamiento o giro brusco de la carrera implica un frenazo en el ritmo de carrera y en lugar de poder disfrutar del entorno debemos ir más pendientes de los corredores que nos rodean, es habitual él que se detiene a hacer una foto o él que se cruza para saludar a algún conocido.

En nuestro caso nos lo tomamos con mucha tranquilidad, para mi cuñado es el comienzo de la temporada y en mi caso uno de los últimos entrenamientos para mi objetivo del maratón zaragozano este domingo. Ritmo lento y tranquilo, solo me exprimo algo más cuando llega la cuesta arriba y compruebo que mis piernas responden correctamente.

Aunque la intención inicial era correr juntos, solo lo logramos al principio, luego la cantidad de gente lo complica y decidimos que cada uno a su ritmo y sálvese quien pueda. Al final una carrera “ilegal” sin sobresaltos, buenas sensaciones y a casa a descansar.

P.D. La foto de algunos de mis dorsales de los últimos años, demuestra que mi lado “malote” no es habitual y tengo que confesaros que mi mala conciencia no me permitió coger la botella de agua que me ofrecieron en el avituallamiento de mitad de recorrido ni en la llegada.

martes, 24 de septiembre de 2013

De la Bahía de los Naranjos al Faro de Cullera

Faro de Cullera

Señal luminosa: 3 destello cada 20 segundos. Alcance: 13 millas marinas.

El faro de Cullera, está construido en el lugar conocido como la Punta del Faro, la única zona rocosa del litoral valenciano desde Sagunto hasta Denia. Es junto al de Canet d’En Berenguer, uno de los dos unicos ejemplares que quedan en la costa de la provincia de Valencia. Ubicado entre la carretera de la costa que une Valencia y Cullera y el mar tiene muy fácil acceso desde el paseo que lo bordea, aunque no es visitable.


El faro está formado por un edificio de planta circular, en cuyo centro se eleva la torre de fábrica de sillería encalada en blanco, sección troncocónica y de dieciséis metros de altura. Coronada por la linterna, está cubierta por una cúpula completamente transparente, dispone de dos balcones a lo largo de todo su perímetro con sus correspondientes barandillas situados a media altura.

Comienzo mi recorrido tomando el paseo marítimo en la zona de Santa Marta, aproximadamente en donde termina la playa de San Antonio y comienza la playa del Raco. Aunque evidentemente nos podemos incorporar al paseo desde  cualquier punto a lo largo de toda la bahía de Cullera. También llamada Bahía de los Naranjos por los huertos que antes cubrían todo el terreno entre la montaña y el mar y de los que sólo quedan algunos naranjos ornamentales entre las torres de edificios que cubren toda la bahía.

Los primeros metros se realizan corriendo por el paseo marítimo en dirección al Hotel Sicania, que se encuentra situado en el extremo norte de la bahía. Es uno de los edificios más antiguos de la bahía, construido durante los años 60 es un claro exponente de la construcción de la posguerra. Todavía mantiene mucho de su encanto, dispone de playa semiprivada y pocas habitaciones por lo que no se masifica ni siquiera en los meses de verano. En la serie Cuentame apareció como escenario de uno de los capítulos donde Mercedes viajaba a la costa para la venta de unos apartamentos.


El paseo marítimo tiene  un firme muy cómodo para correr, pero en ciertas épocas del año y a determinadas horas se convierte en una carrera de obstáculos en donde debemos ir esquivando a los paseantes. Además en ciertos tramos su anchura se reduce, sobre toda a la altura de la playa del Raco donde en el primer invierno después de ser construido el mar se comió  la mitad de paseo  y el ayuntamiento decidió no reconstruirlo. Las terrazas que colocan los restaurantes o heladerías y los puestos de venta ambulante, alrededor de los cuales se arremolinan los curiosos, son factores que reducen el paso puntualmente.

Por supuesto los problemas son mayores si corremos en el mes de Agosto y a última hora de la tarde cuando el sol calienta menos. Si hacemos el recorrido en invierno y a primera hora de la mañana dispondremos de todo el paseo para correr a nuestro antojo, es lo que tiene elegir bien el momento.


Para evitar este tramo en las horas punta podemos ir por la carretera que une el pueblo con el faro, aunque yo personalmente no lo recomiendo ya que en este tramo tiene un gran número de  entradas y salidas de la urbanizaciones que la hacen peligrosa y además los altos edificios nos quitan la vista del mar y lo que es peor la brisa marina. Otra posibilidad es correr por la playa, esta opción nos permitirá llegar hasta la zona del faro sin pisar el asfalto, pero recordaros a todos que corre por la arena no es tan agradable como en principio pudiera parecer y es mucho más cansado.

El paseo marítimo termina en el hotel Sicania, debemos rodear el edificio para tomar la carretera. En este tramo los torres de pisos desaparecen y se cambian por casas unifamiliares literalmente colgadas en la montaña. Corremos pegados a la playa por la acera estrecha de la carretera, siempre con mucho movimiento de gente pero con ningún cruce de coches, por lo que solo tendremos que ir pendientes de no chocar con otros viandantes.


En este tramo pasaremos primero por la playa de Cap Blanc. En esta playa estaba previsto un gran puerto deportivo que daría servicio a la urbanización de chales de lujo del mismo nombre que se ha construido en la montaña. De aquel sueño de grandeza que incluía hasta un teleférico para unir la parte alta de la montaña con el puerto deportivo, sólo queda esta playa y un montón de urbanizaciones de chales adosados a medio construir y deshabitadas, que han quedado como monumento a la burbuja inmobiliaria.


La playa cada año tiene menos anchura, sobretodo desde que quitaron el espigón de cierre del puerto y el mar ha ido recuperando lo que era suyo, aunque mantiene mucho movimiento de windsurfistas y vela ligera. Mientras corremos bordeándola pasaremos al lado de la Perla Negra, un chiringuito de copas, siempre muy animado sobre todo los fines de semana con música en directo. Cuando paso a su altura me dan ganas de sentarme y tomarme un buen copazo disfrutando de la música y las vistas, pero siempre continuo de frente sin perder de vista mi objetivo.

Prácticamente a continuación de esta playa sólo separada por los restos de del espigón está la playa de los Olivos. Es una playa urbana protegida del mar por la punta del faro, está muy cuidada y dispone de varios restaurantes y chiringuitos que le dan mucha vida. En este tramo nuestro camino tiene un repecho fuerte pero corto que castiga las piernas y que acaba frente a la casa del Maestro Rodrigo, de hecho este tramo de la carretera toma el nombre del músico valenciano.


Es el momento donde debemos tomar la primera decisión del recorrido, podemos continuar por la carretera que llevamos o desviarnos a la derecha por cualquiera de las calles para tomar el paseo marítimo de la playa.

Si continuamos recto pasaremos por en medio de los edificios de faro, una zona que en épocas más antiguas pertenecía al mar, de hecho dejamos a la derecha la isla de los Pensamientos ahora unida a la tierra y lo que es peor completamente urbanizada por varios edificios monstruosos de apartamentos.


Si tomamos el paseo, iremos rodeando la isla de los Pensamientos, hasta un mirador donde  dispondremos de una vista completa de la bahía de los Naranjos. Para continuar nuestra carrera debemos superar un tramo de escaleras y tomar la calle que rodea toda la isla. En este tramo corremos prácticamente encima del mar y podemos disfrutar de los acantilados de este lado de la isla siempre con mucha animación de pescadores. Al final de este tramo veremos por primera vez el faro de Cullera desde una perspectiva espectacular.


Ambos caminos terminan en la playa del Faro, pequeña y muy abierta al mar, en los días de invierno las olas golpean fuerte y rompen espectacularmente sobre las rocas y el paseo marítimo. Tomamos de nuevo la carretera y llegamos hasta la entrada a la Cueva del Dragut, recibe su nombre del pirata turco, lugarteniente del famosísimo Barbarroja.


La historia cuenta que Dragut ataco el pueblo de Cullera entrando por el río Jucar y rapto a varios de sus pobladores refugiándose con su barco en esta cueva, allí espero a que el señor del pueblo, bien protegido tras las murallas del castillo de Cullera, pagase un rescate en oro. Ante el clamor popular el señor tuvo que ceder y pagar para que el pirata  no matara a sus rehenes y abandonara las costas de Cullera.

Actualmente se ha transformado en un museo visitable. Curiosas son las maquetas de la antigua villa de Cullera donde se muestra todavía las murallas de la albacara que rodeaban el castillo y de la que solo quedan las torres restauradas en los últimos años, la isla de los pensamientos cuando todavía estaba separada por la lengua de mar y la albufera tras la montaña de Cullera abierta al mar antes de que fuera cubierta por el actual marjal de arroz.


Quizás lo más llamativo de la visita, si nos olvidamos de la sala de torturas de la inquisición, es la reproducción a escala real del bergantín de Dragut. A los marinos nos sorprende como eran capaces de navegar todo el mediterráneo en este tipo de “chalupas” con un francobordo tan bajo y ninguna protección excepto la techumbre de popa que protegía al timonel. Me  recuerda a las naves vikingas aunque  mucho más planas.

Hasta ahora nuestra carrera ha sido placida, por un recorrido muy plano y disfrutando de la vistas del mar. Pero en este momento nos encontraremos con el punto negro del recorrido. La carretera se estrecha y se empina de forma alarmante. Desaparece la acera y hasta el arcén y tenemos que correr por la calzada. Además dibuja tres curvas seguidas que reducen la visibilidad. Aunque resulta peligroso y debemos tener cuidado yo personalmente nunca he tenido ningún problema, la gente conoce el tramo y va con mucha precaución tanto los coches como corredores, ciclistas y caminantes. Existe la posibilidad de ir por las calles colindantes y evitar parte del trayecto pero no podremos evitar el último tramo de este punto negro.


Una vez superado este inconveniente, tomaremos el paseo de las Farolas, el tramo con diferencia más bonito del recorrido. Suficientemente ancho y con un firme en buen estado, es menos transitado por los paseantes, aunque siempre está muy concurrido de corredores.


Seguimos sin ver el faro aunque sabemos que el paseo nos lleva hasta su base, tras una curva y sin previo aviso nos toparemos de cara con él. El faro aunque no muy alto es una edificación curiosa que llama la atención y al estar separada de otros edificios luce en todo su esplendor. Esta operativo, por lo tanto si pasamos más tarde de la puesta del sol nos iluminara con su haz de luz.


Continuamos por el paseo en un suave descenso dejando atrás el faro y disfrutando de una vista privilegiada sobre la playa del Dosel. Esta se extiende hasta donde alcanza la vista, ya que desde este punto hasta Valencia no hay ninguna barrera excepto la salida de la Albufera. En un día despejado podemos ver al fondo la ciudad de Valencia y los barcos fondeados en la entrada de su puerto.

Un poco más adelante el paseo se amplia para forma un pequeño mirador presidido por una estatua de una ninfa marina observando el mar. Yo la llamo la sirenita aunque no tenga cola de pez. Lo típico es hacerse la foro abrazándola o los más osados sentados en su regazo.


El paseo acaba pero no nuestra carrera, seguimos por la carretera dirección Valencia y tomamos el carril bici que transcurre paralelo a ella. Ya perdemos de vista el mar y las playas pero disfrutamos de los huertos de naranjos y ese olor a azahar tan característico.  En su primer tramo transcurre separado de la carretera por una acequia que dispone de varios puentes por donde cruzarla si preferimos correr por la zona ajardinada que hay pegada a la carretera.

A partir de que crucemos la desviación hacia el Primer Collado, el carril queda encajonado entre la carretera y la acequia, no hay ningún problema para correr es ancho y poco transitado por lo que aunque nos crucemos con algún ciclista que tiene prioridad no tendremos problema en cederle el paso. Pero tiene un grave inconveniente y es que no se encuentra iluminado por lo que es necesario que corramos con luz solar.


El recorrido hasta ahora dispone de suficiente iluminación eléctrica como para poder correr cuando ya ha caído el sol y la temperatura en verano es más agradable. En este tramo debemos tener cuidado con los mosquitos y libélulas que pueblan la acequia, dependiendo de la dirección del viento podemos tragárnoslos al respirar, es recomendable las gafas de sol para evitar que se nos meta en los ojos.

A parte de estos pequeños inconvenientes la carrera es muy agradable, el recorrido es completamente plano y anima a acelerar el paso, generalmente corre algo de viento que alivia el calor y siempre nos cruzaremos con otros corredores. No nos olvidemos de saludarlos, la mayoría nos lo devolverán, aunque sea en valenciano,  no como en Madrid donde te miran con cara rara cuando les dices un “buenas tardes” o un “animo”. 

El carril bici y el recorrido finaliza en una rotonda, inconfundible por la escultura que preside su centro. Aquí acaba en general también mi recorrido, suelo dar la vuelta y volver por donde he venido. Aproximadamente son unos 5 km de recorrido de ida y otros tantos de vuelta.

Si queremos continuar haciendo kilómetros podemos seguir por la carretera por dónde veníamos, aunque es poco recomendable, no tiene prácticamente arcén y en cambio mucho tráfico. La mejor opción es desviarnos en la rotonda dirección Cullera y en seguida tomar a la derecha los caminos de los arrozales.


Toda esta zona es un gran marjal, que forma parte del parque natural de la Albufera. Las plantaciones de arroz forman una zona muy plana y podemos correr por los caminos que los dividen que son poco transitados por los coches. En la época veraniega el margal está inundado y el arroz ya crecido y verde forma un autentico mar verdoso, según avance la temporada amarilleara.

De vuelta por nuestro camino, desandamos el recorrido pero en este caso siempre iremos viendo el faro al fondo como punto de referencia. El paseo de las farolas en esta dirección es una cuesta empinada que exigirá un esfuerzo extra, pero siempre con la espectacular vista del faro y el mar al fondo, todo un lujo.

Un recorrido con bonitas vistas de la bahía de los naranjos, las playas y la zona rocosa del faro. Combina la carrera pegada al mar, ya sea sobre el asfalto de la carretera o por la arena de la playa, con el tramo interior siguiendo la acequia entre los huertos de naranjos y los arrozales.

Debemos tener en cuenta que es un recorrido muy transitado sobre todo en la época veraniega y a las últimas horas de la tarde, por lo que debemos compartirlo con los paseantes en el tramo del paseo marítimo y las bicicletas en el carril bici. Aunque con un poco de buena educación no tendremos ningún problema para disfrutar de una carrera estupenda.