Domingo 22 de Octubre del 2017
La Carrera de la Ciencia es una
de las grandes clásicas otoñales de Madrid y además suele coincidir en fechas
próximas a mi cumpleaños. Por eso es una de esas carreras que siempre me gusta
correr, aunque es cierto que en los últimos años me ha coincidido con otras
carreras y no he podido participar, como el año pasado con la Media de Ávila.
Pero en esta su treinta y sieteava edición me he vuelto a poner en la línea de
salida.
Es la excusa perfecta para
estrenar mis 50 años cumplidos ayer corriendo este 10 km de mis top ten
madrileños, y repetir por segunda vez después de haber corrido en la edición
del 2012. Es sorprendente lo rápido que pasa el tiempo, de aquella edición hace
ya 5 años y en aquella ocasión coincidió con mis 45 primaveras, está claro que
me voy haciendo mayor pero al menos sigo con la misma ilusión.
Como casi siempre que corro en Madrid
me vuelve a acompañar mi cuñado. Paso andando a recogerle por su casa, es la
ventaja de que la carrera sea cerca de casa. Llegamos con tiempo suficiente
para recoger tranquilamente el dorsal, es de las pocas carreras de la capital
en donde todavía no hay que ir a buscar el dorsal el día anterior a la feria
del corredor. Hace una mañana fresquita y muy agradable para correr, aunque
quizás sea un poco temprano para los dormilones como yo, pero es el impuesto a
pagar por correr por las calles de Madrid.
Calentamos tranquilamente por la
calle Serrano mientras esperamos que pase el tiempo para empezar a correr. No
tengo un objetivo claro, me apunte a última hora a la carrera y me va a servir
como preparación para la Media de Cuenca que es mi objetivo otoñal este año. He
de reconocer que estoy muy corto de entrenamientos y que cada año me cuesta más
preparar las carreras. Me hace ilusión cumplir con mi objetivo anual de tardar
menos minutos que mi edad en correr un 10.000,
en este caso 50 minutos, pero eso significa correr rápido y debo reconocer que
me da mucha pereza.
Dan la salida y salimos como
locos, el primer tramo es cuesta abajo y anima a lanzarse, pero en seguida la
calle se empina y vamos moderando la marcha por la calle Serrano. Aun así mi
cuñado me lleva con el gancho, ha salido muy rápido y me cuesta mantener su
ritmo estos primeros metros. En algún momento pienso en dejarle ir pero lo poco
que me queda de orgullo me lo impide, me engancho a su ritmo y cada metro me
voy encontrando más cómodo.
Terminamos Serrano y bajamos a
coger la Castellana, vamos corriendo por el carril lateral y ya empieza a
notarse que pica hacia arriba. Llegamos al kilómetro 5 en donde está el
avituallamiento, como nos suele ocurrir muy a menudo en el follón de los cruces
de corredores para hacerse con la codiciada botella de agua pierdo a mi cuñado.
Decido continuar solo y empiezo a
adelantar a corredores que van cediendo después de los primeros kilómetros. Sin
darme cuenta me encuentro corriendo a la par con otro corredor, ni siquiera
tenemos que mirarnos para saber que vamos al mismo ritmo y decidir que podemos
hacernos compañía. Corremos prácticamente en paralelo unas veces tira él y yo
le sigo y a los pocos metros se cambian los papeles y el me acompaña mientras
yo marco el ritmo.
Formando este equipo improvisado pasamos
por delante del Estadio Santiago Bernabeu y llegamos a la altura de la Plaza de
Cuzco, donde abandonamos la Castellana para correr por la avenida de Alberto
Alcocer y su temida cuesta. Contaba desde el principio de la carrera con bajar
algo el ritmo en esta zona para no desfondarme y acabar fresco, por eso freno
un poco y bajo mi velocidad, es el momento de ponerme en modo ahorro.
Mi compañero mantiene el ritmo y
se adelanta unos metros y cuando ya estoy dispuesto a dejarle ir, se gira y me
grita “Vente conmigo”. Es sorprendente las relaciones que se crean en las
carreras, somos dos desconocidos, no hemos intercambiado ni una sola palabra y
solo nos acompañamos desde hace un par de kilómetros, pero hemos formado equipo
y eso parece que no se rompe fácilmente. Acelero y recupero los metros
perdidos, ya estamos otra vez juntos y así subimos la cuesta y llegaremos hasta
la meta.
A partir de ese momento
mantenemos un ritmo alegre a pesar de los toboganes de la calle Serrano. Noto
el esfuerzo y la falta de entrenamientos pero ya no pienso soltar a mi
compañero, hasta en ocasiones soy yo el que tira y le veo apretar los dientes.
Gracias a su compañía veo la posibilidad de bajar de los 50 minutos y no pienso
parar hasta la meta.
Llegamos a la plaza de los
Delfines, lo que queda es cuesta abajo y volvemos a subir el ritmo ya no
tenemos que reservar. Los últimos metros son muy rápidos, corremos en paralelo
nadie tira de nadie sino corremos juntos y así entramos en meta. Es el momento
de presentarnos, él se dirige a mí y me dice “Me llamo Marvin, enhorabuena” a
lo que contesto “Y yo Alfonso, muchas gracias”, nos damos la mano e igual que
nos juntamos durante la carrera nos separamos una vez terminada.
Ha sido una amistad efímera, no
creo que volvamos a coincidir y aunque lo hiciéramos sé que no le reconocería,
pero debo darle gran parte del mérito de mi marca de 49:30 y del equipo que
hemos formado.
Muy satisfecho por haber bajado
una vez más de mi edad por minuto espero la llegada de mi cuñado que tarda poco
en llegar, con una marca estupenda también. Volvemos paseando a casa después de
una gran mañana corriendo, felices de haber cumplido objetivos aunque en mi
caso algo cansado por el esfuerzo realizado.
Está claro que la carrera de la
ciencia hace honor a sus XXXVII ediciones, reúne siempre a un número de
corredores incondicionales y el hecho de no tener que ir los días antes a
recoger el dorsal hace que todo sea muy cómodo, es cierto que hay que madrugar
algo más para evitar las colas. Me he alegrado de haberme apuntado en el último
momento para celebrar mi 50 cumpleaños.
P.D. Mis hermanos me han regalado
por mi cumpleaños el dorsal para el Maratón de Roma. Ya tengo objetivo para la
primavera del 2018 y ya estoy otra vez metido en el lío de preparar mi novena
maratón.