El
Maratón de Madrid es el más veterano de nuestro país, este año hace su 38
edición. Hasta hace unos cuantos años era conocido como MAPOMA, ahora se ha
rebautizado como ROCK & ROLL y pertenece al circuito de maratones
internacionales.
En
los últimos años las carreras tradicionales organizadas por clubs de atletismo
han pasado a ser gestionadas por empresas. Lo que ha garantizado su continuidad
pero en muchos casos sin mantener el nivel de la organización, ni la atención
al corredor y por supuesto perdiendo la cercanía a la ciudad. Estas son las
grandes quejas que se le hacen al maratón madrileño desde hace unos años, esto
le ha hecho perder posiciones con respecto a otros maratones nacionales en la
preferencia de los corredores.
Pero
aun con todos los inconvenientes y quejas que seguramente son ciertas, es un
maratón con mayúsculas. El recorrido transcurre por las principales vías de la
ciudad, incluyendo el centro de Madrid, el paso por la Gran Vía, la Puerta del
Sol o el Palacio Real son momentos mágicos. En los últimos años se han reducido
los kilómetros por la Casa de Campo tan denostados por los corredores por la
falta de animación pero que a mí personalmente me encantan.
Pero
sobretodo es un circuito exigente, lejos de los recorridos de moda muy planos,
por lo que si el objetivo es hacer marca mejor elegir otra ciudad para
intentarlo. Los primeros kilómetros por la Castellana son duros pero sobre todo
el final en continua subida desde el kilómetro 33 hasta prácticamente el final acabara
con nuestras fuerzas si nos equivocamos en el ritmo. El último año se ha eliminado
el final rompepiernas por la Calle de Alfonso XII y Alcalá con el fin de
suavizar el recorrido, en mi opinión es un error, el que viene a Madrid va
buscando la épica de los recorridos exigentes y ese final era el lazo a un
maratón duro pero precioso.
La
meta en el Parque del Retiro quizás no tenga la espectacularidad ni la
comodidad para público y corredores de otros finales, pero la gran carrera
madrileña no puede tener otro final. El Retiro es el lugar emblemático de los
corredores madrileños, lugar de entrenamiento y final y comienzo de muchas de
las carreras que se realizan en la capital.
No
puedo negar que es el maratón de mi ciudad y le tengo un cariño especial. Reconozco
que no es el mejor organizado ni con los mejores servicios, admito que aunque con mucho público y animación tampoco
destaca por ello y por supuesto no es el circuito más rápido, pero cualquier
corredor debe venir a correrlo para comprender porque a algunos una vez que lo
hemos probado sólo podemos repetir.
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Me
paso el sábado mirando el cielo y viendo cómo se va nublando poco a poco,
amenazando con descargar mucha agua. Mañana es el día del maratón y han dado
previsión de lluvia durante la mañana, si ya es difícil terminar un maratón,
hacerlo bajo la lluvia puede ser aún más complicado. Por supuesto eso no va a
impedir que me ponga en la línea de salida, pero a nadie le apetece pasarse 4
horas corriendo bajo la lluvia. Los más radicales seguro que piensan que hará
de la carrera algo épico para contar y recordar, pero a los simples mortales
sólo nos parece un obstáculo más en los 42 km que tenemos que recorrer.
Amanece
y aunque muy nublado parece que no llueve por ahora. Me voy hasta la salida y
aparco el coche lejos del Retiro para poder salir después de que termine el
maratón. Surgen las primeras dudas, que indumentaria me pongo, la previsión de
lluvia ha cambiado mis planes. Descarto correr con chubasquero, en algún
entrenamiento lo he hecho pero sudo demasiado y acabo más mojado por dentro que
por fuera. Mi opinión con la lluvia es que cuanto menos ropa mejor, total te
vas a mojar igual, por lo que tengo claro la camiseta de manga corta y el
pantalón suelto y corto y por supuesto mi gorra talismán. Pero en previsión de
que la humedad me pueda dejar frío, me pongo una camiseta interior de tirantes
y unos manguitos que pueda quitarme a mitad de carrera.
Con
las primeras dudas resueltas, me encamino a la salida y toca resolver las
segundas dudas de la carrera, en que cajón debo ponerme. Está claro que mis entrenamientos
no dan para intentar bajar de las 3 horas y media y que mi intención es ir
tranquilo y no intentar marca. Pero después de tanto esfuerzo no quiero dejarme
llevar y acabar por encima de las 4 horas. Pues como siempre ni para ti ni para
mí, me pongo en el cajón de las 3 horas y 45 minutos.
Ya
dentro del cajón empiezan los nervios previos a la salida, es ya mi sexto
maratón y además por primera vez repito recorrido, es el de mi ciudad y muchos
de los kilómetros los he recorrido en infinidad de carreras. Pero nada de esto
impide que me ataquen las terceras y más importantes dudas. Seré capaz de
terminar, sufriré mucho, chocare con el muro, pero estas dudas no puedo
resolverlas hasta que cruce la línea de meta.
Arranca
la carrera y poco a poco vamos avanzando hasta que por fin comenzamos a trotar
y cruzar el arco de salida a la altura de la Plaza de Cibeles, ya no hay dudas
ni nada que pensar sólo concentrarse en poner un pie detrás de otro e intentar
no equivocarse en el ritmo para disfrutar de la carrera.
En
los primeros metros además de evitar la marea de corredores, tenemos que tener
cuidado con no tropezar con los restos que los corredores que nos han precedido
han arrojado al suelo. A los habituales plásticos y bolsas de basura se unen hoy
chubasqueros, camisetas y hasta un par de chanclas que un corredor que corre
descalzo ha abandonado antes de cruzar la salida.
Los
primeros kilómetros transcurren por la Castellana y son ya clásicos, pero nunca
hay que olvidar que son en suave subida y se hacen duros. Me valen para ir
entrando en carrera y comenzar a disfrutar de la cantidad de gente que anima, del
ambientazo de corredores y sobretodo de mis fuerzas y ánimos aun intactos. A la
altura del Estadio Bernabeu empieza a caer algo de lluvia y casi lo agradezco, son
unas gotas que no me calan pero me mantiene fresco.
Nos
vamos alejando de la ciudad con el objetivo de llegar a Las Cuatro Torres que
siempre tenemos como referencia al fondo, antes de llegar a su altura damos la
vuelta para volver hacia el centro de la ciudad. La subida se convierte en
bajada por Bravo Murillo, mantengo un ritmo controlado aunque todo anima a
correr rápido. Me acuerdo de la carrera del agua que transcurre por el mismo
trazado y en donde bajaba desaforado en busca de mi mejor marca.
Ya
llegamos a los primeros 10 kilómetros y han pasado sin enterarme. En el
avituallamiento cojo una bebida isotónica, de la que bebo un poco pero guardo
el resto para dársela a mi enana que tiene que estar en Cuatro Caminos
esperándome para animarme. En el paso por la plaza se forma un pasillo de gente
que anima pero no veo a mi familia, por fin los localizo en segunda fila. Tengo
que abrirme paso entre el público para saludarlos, como siempre mi hijo mayor peleándose
con su madre, en esta ocasión ni siquiera sabe porque. Al menos mi enana me da ánimos
y un beso, a cambio le doy la botella de isotónico como premio y se queda
encantada. Arranco de nuevo hacia la Castellana, en esta bajada debería estar
mi madre pero no la veo en ninguno de los dos lados de la calle. Ella me asegura
que bajo a animarme, supongo que lo haría una vez que yo ya había pasado, no
quiero dudar de su palabra.
Intento
retomar el ritmo de carrera que he perdido, pero todavía me cuesta unos
kilómetros volver a concentrarme en la carrera. Y llegamos al km 14 donde nos
separamos de los corredores de la Media. El año pasado yo animaba a los que
seguían mientras me dirigía al Retiro, en esta ocasión soy yo el que recibe los
ánimos. Resulta emocionante estar en el grupo de los maratonianos.
Los
siguientes kilómetros son por el mismo recorrido que la Media de Madrid, los
conozco bien y sé que son duros por eso me lo tomo con calma hasta girar por la
calle Abascal para tomar Bravo Murillo y bajar lo que hemos subido. Varios
kilómetros de bajada hacen el camino más llevadero ya directo al centro de Madrid
y la zona más emblemática de todo el recorrido.
No
puedo negar que me emociono con la cantidad de gente que nos anima en la
entrada a la calle Preciados y sobre todo al cruzar por la Puerta del Sol,
forman un pasillo por donde pasamos los corredores. Recorrer la calle Mayor y cruzar
por delante del Palacio Real es otro lujo del que disfruto mientras corro.
Pero
lo bueno se acaba y volvemos a la soledad del corredor popular, nada nos
distrae y muy poca gente nos sigue animando. Solo algunos familiares y amigos
de otros corredores a los que robamos los ánimos para hacerlos propios. En
algunos tramos casi parece que molestamos y la gente cruza la calle sin ningún
cuidado quejándose de que le hayan cortado la calle un domingo por la mañana.
Paso
el medio maratón unos cuantos minutos por debajo de las 2 horas, bien de tiempo
y fuerzas. Tomamos la bajada por el parque del Oeste, zona habitual de muchos
de mis entrenamientos, cuando empieza a llover más fuerte y la poca animación
que teníamos desaparece, sólo una banda de música ameniza un poco nuestra
carrera. Este tramo hasta Príncipe Pio se me hace eterno, no es buena señal
pues me quedan muchos kilómetros.
En
la entrada a la Casa de Campo empieza a diluviar, y no da la impresión de que
vaya a parar en el resto de la carrera. Este tramo es muy odiado por la mayoría
de los corredores pero a mí personalmente me encanta y recupero parte de los ánimos
que había perdido. Hasta disfruto de la cuesta final que nos saca fuera de la
Casa de Campo donde la gente se queda clavado y yo subo animado por la cantidad
de gente que se reúne en este punto de la carrera.
Bajamos
hacia el río Manzanares y hacemos un par de kilómetros por una de sus riveras
para cruzarlo por el Puente de San Isidro y volver en sentido contrario por la
rivera opuesta. En la calle ya se han formado grandes charcos, en ocasiones es
inútil intentar rodearlos y los cruzo chapoteando. Tampoco importa mucho a estas
alturas ya estoy empapado de pies a cabeza, debo llevar un par de kilos más de
peso, el pantalón empapado se me cae y tengo que apretarme el cordón de la
cintura.
Llegamos
a la altura del Parque del Moro, es el kilómetro 34 que marca el peligro de
chocar con el muro, además de aquí al final es una subida suave pero continúa. Me
encuentro muy fuerte, en los últimos kilómetros he ido subiendo el ritmo de
carrera y mis ánimos están intactos que no mis fuerzas. Los siguientes cuatro
kilómetros hasta la Plaza de Atocha los corro en un especie de trance que los
expertos llaman flow (1). Empapado completamente mis piernas marcan sin
problemas un ritmo alegre, mientras que mi cuerpo no sufre y mi cabeza disfruta
de las buenas sensaciones. Todo reforzado al ir adelantando a muchos corredores
a los que les fallan las fuerzas, está claro que en ocasiones no existe el
muro.
(1)
El flow es un estado psicológico definido como:
"Un estado de conciencia en el que uno llega a estar totalmente absorbido
por lo que está haciendo, hasta alcanzar la exclusión de todo pensamiento o
emoción. Es una experiencia armoniosa donde mente y cuerpo trabajan juntos sin
esfuerzo, dejándole a la persona la sensación de que algo especial ha ocurrido”.
Cuando el corredor experimenta este estado se encuentra completamente absorbida
por una actividad durante la cual pierde la noción del tiempo y experimenta una
enorme satisfacción. Pero el flow no es una sensación exclusiva de los
corredores de maratón. Otros muchos atletas, al igual que los artistas y los
científicos, también la viven.
En
este estado de euforia llego de nuevo a la Plaza de Cibeles, 38 kilómetros y 3
horas y 25 minutos después de haber salido, tanto correr para volver al mismo
sitio. Esta parte final del recorrido la han cambiado con respecto a la edición
que corrí hace dos años. Mi euforia baja un poco y empiezo a sentir las piernas
muy cargadas, es el momento en que tiro de cabeza. Bajo un poco el ritmo sobre
todo cuando giramos para tomar la calle Goya y empieza la última subida de dos
kilómetros. Aprieto los dientes y no aflojo, queda muy poco para acabar este
épico maratón bajo la lluvia y quiero acabarlo agotado y corriendo como un
loco.
Por
fin dejo de subir y comienzo la bajada que me llevara hasta la puerta del
Retiro, ya no tiene sentido guardar fuerzas, es el momento de correr con el
corazón y dar todo lo que me queda. Sorpresa el último kilómetro es el único de
todo el maratón del que bajo de los 5 minutos, una vez más se demuestra que la
cabeza manda sobre el cuerpo.
En
los últimos metros dentro del Retiro bajo el ritmo, no quiero que acabe la
carrera ahora que sé que una vez más lo he logrado, es el broche a mucho
entrenamiento y a una carrera en la que he disfrutado muchísimo. Bajo una
lluvia torrencial y completamente empapado cruzo el arco de llegada sintiendo
una vez más que he conseguido algo especial.
Es
el momento de parar de correr y notar todo el cansancio acumulado, tengo que
parar unos segundos antes de poder empezar a andar hasta donde me entregan el
medallón y mucho líquido, no me he dado cuenta pero he bebido muy poco en los
últimos kilómetros y ahora noto que estoy seco. Me envuelvo en un plástico que
me da un voluntario en un vano intento de protegerme de la lluvia que ahora cae
de forma torrencial.
Entre
la masa de gente y los charcos me dirijo hacia el coche, cuando me encuentro
con mi hermana. Estaba en la meta pero no me ha visto cruzarla y yo tampoco la
he visto a ella, es una lástima tendrá que esperar a que vuelva a correr otro maratón.
Nos dirigimos a su coche que está más cerca, pero nos perdemos un par de veces
antes de encontrar la salida del parque. Yo ya estoy congelado y empiezo a
temblar, ahora me doy cuenta de que tengo toda la ropa como si me hubiera
bañado con ella puesta, incluidos los manguitos que al final no me he quitado
en toda la carrera.
Por
fin llegamos al coche y me puedo quitar al menos la camiseta, me pongo una
sudadera de mi hermana que aunque me esta pequeña esta seca y eso es
suficiente. Cuando me siento en el coche me da algún calambre pero me da igual
estoy de subidón y creo que me durara varias horas y hasta varios días.
Después
de tener que dar un par de vueltas de más, porque las calles están cortadas
consigo que me deje en mi coche, por fin puedo quitarme el resto de la ropa
empapada y ponerme seco. Aunque en previsión había dejado el coche lejos del
recorrido, salir de la calle donde he aparcado me cuesta una bronca con un
municipal que dirige el tráfico y que deja pasar a un coche en dirección
prohibida por la calle por la que pretendo salir. Al final me disculpo con él, tenía
razón y yo he perdido un poco los papeles debe ser el cansancio.
Por
fin en casa, mi familia me felicita y se preocupan por mí pero me da la
impresión que un poco menos en cada nuevo maratón que termino. Creo que se
están acostumbrando a mis locuras y lo toman como algo habitual. Pero a mi cada
año me cuesta un poco más, sobre todo los entrenamientos, por eso yo valoro
siempre el último maratón como el mejor que he corrido.
Aunque
parezca una osadía, solo puedo comentar que he disfrutado de los 42 kilómetros
bajo la lluvia. Creo que mi cambio de actitud al ponerme en la salida buscando
sólo disfrutar del recorrido y finalizar sin sufrir en exceso, olvidándome de
marcas y tiempos es una buena decisión cuando está claro que no estoy dispuesto
a sacrificarme en los entrenamientos.
Para
el recuerdo queda un maratón épico bajo la lluvia, cuando sea viejo contare
aquella edición del 2015 en donde además de correr, chapoteamos en el agua que
se acumulaba en las calles. Donde los más valientes nos enfrentamos a las
condiciones adversa y llegamos a cruzar la línea de meta. En plan héroe espartano
al grito de “AU, AU, AU”, y es que como mola esto del maratón.
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