jueves, 7 de febrero de 2013

Descubriendo el esquí de fondo

Con el invierno llega la nieve y la opción de practicar los llamados deportes de invierno. Mi padre era un gran aficionado al esquí, pero no fue capaz de transmitirnos esa pasión a ninguno de sus hijos. Y como la vida es extraña la afición ha saltado una generación y muchos de mis sobrinos y hasta mi hijo son grandes amantes del esquí alpino.

Algunos de los hermanos con el paso de los años y ya siendo mayores nos hemos animado a descender por las laderas de las montañas. En mi caso ya con unos cuantos años me acerque a las pistas de esquí de la mano de mi hermana. Teniendo en cuenta mi afición al windsurf opté por intentarlo con el snowboard, pensando que me resultaría más sencillo. En aquella época éramos muy pocos y mal vistos por los esquiadores clásicos. Las tablas se parecían en su forma a los esquís y usábamos botas tradicionales y fijaciones. Aprendí a deslizarme por las pistas y llegué a hacerlo de forma honrosa que no correcta.

Luego me casé y abandoné esta afición para retomarla cuando mi hijo mayor tuvo edad para calzarse unos esquís. El snowboard había evolucionado y tuve que volver a aprender, la tabla ya no tenía proa y popa y las botas eran flexibles y se ataban con “correas” a la tabla. Volví a ser capaz de bajar por la montaña pero mi hijo y mis sobrinos aprendían mucho más rápido que yo y pronto me dejaron atrás.

Llevo varios años pensándolo y creo que mi futuro con la nieve está en el esquí de fondo. Me parece mucho más parecido a mi afición a correr, en el esfuerzo y la velocidad. Se disfruta más de la montaña, de forma tranquila y no tan masificada. Y sobretodo la posibilidad de que en una caída nos rompamos algún hueso es bastante menor.

Durante una charla de café en la oficina, un compañero de trabajo me comentó que él practica el esquí de fondo en unas pistas que hay en el puerto de Navafría, cerca de Madrid. Me animo a intentarlo, me pongo en contacto con la estación y contrato un completo, cursillo, equipo y forfait. Engaño a mi hijo y mi cuñado para que me acompañen.

Domingo por la mañana toca madrugar. Vestidos de esquiadores nos vamos de camino a la sierra. El día está despejado en la capital pero las montañas están cubiertas de nubes. Las últimas semanas ha nevado y la sierra está sorprendentemente blanca. Además hemos tenido mucha suerte y ayer nevó por lo que nos vamos a encontrar las pistas perfectas.

Llegamos a Lozoya y tomamos la carretera que nos subirá hasta el puerto de Navafría a 1.773 m de altura. Carretera totalmente de montaña sin prácticamente arcén y muy revirada, nada que ver con las nuevas “autopistas” que suben a las estaciones de esquí alpino. En la subida alcanzamos el autobús que conecta el pueblo con las pistas y detrás de él subimos todo el puerto.

Un pinar espectacular cubre toda la ladera del puerto, los árboles están cubiertos de nieve. Llegamos a la estación, ya me habían avisado que el aparcamiento era escaso pero hemos tenido suerte y tenemos un sitio disponible enfrente de la estación. Hay mucha nieve y el coche se queda hundido en ella espero que seamos capaces de sacarlo después.

Las instalaciones de la estación se reducen a un pequeño refugio de montaña con un par de mesas y una estufa al fondo, una habitación que se utiliza como vestuario y para dejar la ropa y la taquilla donde además puedes conseguir un café o un chocolate caliente. Nada que ver con las modernas instalaciones de las estaciones de esquí alpino con sus hoteles, apartamentos, cafeterías, restaurantes y demás servicios.

Primero tenemos que pagar el cursillo, nos entregan un forfait a la vieja usanza, un alambre que se engancha a la chaqueta y sobre él que se pega la pegatina roja del forfait. Mi hijo alucina, él está acostumbrado a la tarjeta plástica personalizada de los modernos forfait que se recarga por internet.

Después tenemos que ir a  buscar el equipo, hay que salir fuera, primero nos dan las botas, tenemos que volver al refugio para ver si nos van bien. Con ellas calzadas otra vez a la calle para buscar los esquís y los bastones. Ya con el equipo completo de nuevo para dentro a buscar a nuestro monitor. Nos dicen que esperemos fuera que en seguida nos avisan, estando fuera nos vuelven a decir que entremos que están organizando los cursos. Lo que se dice una organización “perfecta”, pero al menos todo con una sonrisa. Hace frío fuera y decidimos esperar refugiados hasta que se aclaren. 
 
Por fin nos asignan monitor, una chiquilla de veinte pocos, que se llama Cristina, vestida con un modelito ideal toda conjuntada, cinta en el pelo y gafas de diseño, en esto da igual que sea esquí alpino o nórdico. Nuestro grupo variopinto, en total somos nueve, dos amigos con aspecto de grandes deportistas, un chaval despistado que va por libre, una única chica acompañada de dos guaperas, uno de ellos de esos que siempre intentan llamar la atención, y por supuesto nosotros tres. Todos bastante por encima de la veintena, excepto mi hijo, creo que esto del esquí de fondo es para los mayores de edad.

A la altura del refugio corre un aire de narices y la sensación térmica es heladora, aunque nos aseguran que en cuanto avancemos unos cientos de metros por la pista y nos internemos en el pinar el aire para y las condiciones son buenas. Esperemos que sea verdad por que sino esto va a ser una pesadilla.

Primera lección, como ponerse los esquís, las ataduras sólo se enganchan en la parte delantera y debemos presionar suavemente. Nada que ver con las ataduras del alpino y mucho menos con las del snowboard, me cuesta un par de intentos pero le cojo el truco. La primera impresión con los esquís puestos es que son finísimos y tienen vida propia independiente de las botas.

Primeros metros sobre los esquís, se supone que es como andar. Pero todos en fila con los esquís dentro de los dos carriles paralelos marcados en la pista que forman la huella, parecemos una bandada de gansos. Avanzamos primero un pie luego el otro, balanceándonos a los lados he intentando acompasar el movimiento con dos bastones larguísimos que en lugar de ayudar sólo estorban. Nada tiene que ver con el movimiento elegante que vemos en las olimpiadas, lo nuestro es una mezcla entre pingüino y elefante.
  

Cristina nos para y nos da las primeras indicaciones, debemos hacernos “largos” dejando que el movimiento sea “natural”, que un esquí avance y se deslice mientras el otro pie se levanta de la atadura de forma automática sin forzarlo. Los esquís son unos “pies grandes” que nos han crecido por la noche, tenemos que olvidarnos de ellos y movernos de forma natural.

Viéndola a ella parece fácil pero imitarla es casi imposible. Me siento torpe y desacompasado. Pero poco a poco le voy cogiendo el tranquillo y consigo que los esquís deslicen y el movimiento sea más largo y armonioso. Pero en cuanto me despisto y pierdo el ritmo, vuelvo a los movimientos espasmódicos y los esquís se frenan. Me queda el triste consuelo de que los demás andan con los mismos problemas.

Llegamos a las primeras cuestas y descubro que no debo estar haciéndolo tan mal pues los esquís suben con facilidad, me sorprende que el esfuerzo sea mucho menor de lo que esperaba. Empiezo a gustarme, le veo muchas posibilidades, además ya estamos en mitad del bosque el viento ha parado y el paraje nevado es una pasada. Aunque estamos dentro de una nube y no vemos el valle que debe ser espectacular.

Avanzamos por la pista principal de la estación que se llama Mirador, aunque hoy no vemos mucho. Es una pista forestal ancha que tiene unos 7 km y es el acceso para el resto de las pistas por lo que tiene bastante tráfico. Va subiendo por la ladera de la montaña entre el pinar, dejando a la derecha un precipicio con él que hay que tener cuidado, aunque está protegido en gran parte por una valla.

Cuando ya empiezo a dominar el llaneo y la subida tenemos que cambiar a la técnica de descenso. La famosa “cuña” con la que comienzan los principiante, pero que en el caso del esquí de fondo es la única técnica de descenso ya que al no estar “unidos” bota y esquí es imposible hacer paralelo.
 
Es ahora cuando descubro mi torpeza y por que nunca me ha apasionado el esquí alpino. Soy incapaz de clavar correctamente los cantos y dominar el descenso, los esquís van donde les da la gana y la velocidad es incontrolable. En seguida compruebo por que se debe flexionar mucho más las piernas y desplazar el peso hacia delante, pues en cuanto echo un poco el cuerpo hacia atrás acabo sentado en la nieve de culo. Por suerte la velocidad a la que me deslizo es de risa y lo único que queda dolorido es mi orgullo.

Mi canijo y mi cuñado tienen la ventaja de ser avanzados esquiadores y aunque la técnica no sea la misma y los esquís de fondo no cantean igual que los carving, se les ve más finos, aunque no se libran de algún susto. Poco a poco voy controlando un poco más, pero creo que necesitare seguir practicando. Mi problema es que aunque junte las puntas de los esquís y separa las colas, al mismo tiempo que cierro mis rodillas hasta chocar una contra otra no consigo que el frenado sea de mi agrado. Al final descubro, con ayuda de mi monitora y un montón de caídas, que el truco está en meter para dentro los tobillos, demasiado complicado para el primer día.

Paramos a descansar en el mirador, aunque lo que se dice ver no vemos mucho. Las fotos de rigor y a reponer energías, sólo hemos recorrido un par de kilómetros pero con tanta parada y ejercicio casi hemos echado una hora. La experiencia hasta ahora muy positiva, creo que seré capaz de controlarlo y la idea de realizar una excursión por la nieve de una forma tan tranquila es atrayente. Me sorprende pero mi hijo está encantado, ya hace planes para volver otro día y hasta piensa en que vengan sus amigos, aunque a la mayoría no les veo sobre unos esquís de travesía. Demasiado esfuerzo y sin el mando de la Play Station o el móvil entre sus manos.

Arrancamos de nuevo y vamos practicando lo aprendido. Pruebo a esquiar fuera de la huella aunque los esquís se mueven bastante más. Ya avanzamos más deprisa y cada uno lleva su ritmo en el grupo. Cristina tiene que llamarnos la atención por que cada uno va a su bola, y es que a nuestra edad somos muy mal mandados.

Ya sólo nos quedan las últimas lecciones de seguridad, como salirnos de la huella o frenar dentro de ella para evitar chocar contra él que va delante de nosotros. Podía habérnoslos contado al principio pues yo ya me he llevado por delante a un par de compañeros de cordada y he sido envestido en alguna ocasión.

Mientras practico las nuevas técnicas pierdo el control y cargo todo mi peso sobre uno de los bastones, que queda doblado completamente. Intento ponerlo recto pero con cuidado si lo parto tendré que pagarlo, lo pone claramente al recoger el material y ahora entiendo porque.

Ya llevamos más de dos horas sobre los esquís y la verdad es que se han pasado muy rápido aunque empiezo a notar el esfuerzo. Ya no estoy tan fresco como al principio y cada vez me caigo más a menudo y deslizo peor. El curso se está acabando y volvemos hacia el refugio desandado el camino.

Esquío un rato junto a mi hijo que me va dando consejos sobre mi posición y como llevar los bastones, ni que fuera un esquiador experimentado. El último tramo del camino está ya muy pisado, no se ve la huella y esta lleno de trazas de otros esquís que complican el deslizarse. De hecho me meto un buen tortazo cuando uno de los esquís se me queda clavado. Yo en el suelo con los esquís a la espalda y una gran sensación de estúpido. Aunque me repongo en seguida y llego deslizando hasta el refugio como un “campeón”.
 
Casi tres horas de travesía, creo que hemos tenido suficiente para el primer día. Y es que aunque parezca una tontería resulta muy exigente sobretodo para mis brazos y hombros, que cuando corro trabajan poco. Aunque las piernas no están mucho mejor y es que los corredores aunque las trabajemos mucho no las tenemos preparadas para patinar o pedalear con ellas.

Entregamos el equipo y decidimos que nos vamos para casa, así llegaremos a comer y la familia no se quejara de nuestro abandono. Aunque las ruedas patinan un poco el coche sale sin problemas de la nieve, en estos casos es cuando me alegro de haberme dado el capricho de comprar un 4x4.

Experiencia altamente recomendable para todos. Yo personalmente estoy deseando repetir, sobretodo para quitarme la espinita de sentirme tan torpe encima de las tablas. Me parece un complemento perfecto de las carreras, aprovechando la nieve y disfrutando de la montaña de una forma más tranquila que descendiendo como un loco por las laderas, pendiente de que nadie te arrolle, para esperar durante un buen rato en la cola del remonte.

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